
Acabo de leer esta novela de Hernán Rivera Letelier y la conmovedora historia de Hidelbrando del Carmen o Brando Taberna. Historia de pampas, salitreras, de norte... Acá un extracto para que se entusiasmen y lo lean:
Ya dentro de la casa, después de encender la vela y atrancar la puerta con la pesada barreta pampina, pensó por un instante en prepararse una jarrada de cocho. Pero se sentía demasiado abatido como para comer.
Sintió de nuevo que algo quemante se le endurecía en la garganta. No quería llorar. ¡No quería! Se incorporó violentamente en la cama y sopló la vela con rabia. Y entonces, sumido en la oscuridad de su covacha paupérrima, rodeado de silencio, se dio cuenta de golpe, como si lo comprendiera por primera vez; lo terriblemente solo que estaba en el mundo. Y sintió miedo. Fue como si de pronto la soledad le hubiese caído encima del pecho como una enorme rata peluda, asfixiante. Y agobiado, con la voz rota, una voz que le sonó completamente ajena a la suya, se oyó susurrar en la oscuridad:
- ¡Papá!
La casa está como sumida en nieblas. Sin su chalequina de lana verde, trémulo, con frío y hambre, está parado junto a la estufa de parafina. El aceite crepita en su punto. Casca entonces el huevo blanco contra el borde de la sartén, hunde los pulgares en la trizadura, presiona suavemente hacia afuera y, al instante, con una mitad del cascarón en cada mano, atónito, trata de retomar lo que cae. Pero ya es demasiado tarde: el ángel comienza a chisporrotear.
Sintió de nuevo que algo quemante se le endurecía en la garganta. No quería llorar. ¡No quería! Se incorporó violentamente en la cama y sopló la vela con rabia. Y entonces, sumido en la oscuridad de su covacha paupérrima, rodeado de silencio, se dio cuenta de golpe, como si lo comprendiera por primera vez; lo terriblemente solo que estaba en el mundo. Y sintió miedo. Fue como si de pronto la soledad le hubiese caído encima del pecho como una enorme rata peluda, asfixiante. Y agobiado, con la voz rota, una voz que le sonó completamente ajena a la suya, se oyó susurrar en la oscuridad:
- ¡Papá!
La casa está como sumida en nieblas. Sin su chalequina de lana verde, trémulo, con frío y hambre, está parado junto a la estufa de parafina. El aceite crepita en su punto. Casca entonces el huevo blanco contra el borde de la sartén, hunde los pulgares en la trizadura, presiona suavemente hacia afuera y, al instante, con una mitad del cascarón en cada mano, atónito, trata de retomar lo que cae. Pero ya es demasiado tarde: el ángel comienza a chisporrotear.
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