
Mi nombre es Malarrosa y me gusta mucho, y no pienso cambiármelo por nada del mundo...
Una nueva historia de la pampa vivida en Yungay, nos trae Hernán Rivera Letelier, y nos vuelve a cautivar con los espejismos del desierto, pero llenos de historias humanas que calan hondo en el lector. Esta vez, quien nos agarra la mano para hacernos vivir esta historia es Malarrosa, una niña pampina que fue vestida como hombre, que maquillaba los muertos, que veía espejismos como sueños premonitorios, que amaba a su padre por sobre todas las cosas, que amo en silencio, que solo confiaba en los hombres a los cuales podía imaginárselos como niño, que amaba los pájaros, que se hizo mujer en el más antiguo de los oficios.
Su padre, Saladino Robles, tahúr empedernido de pocker la hizo recorrer cuanta oficina salitrera tuvo cerca, siempre en compañía de quien le salvara la vida en la Matanza de Obreros de San Gregorio, el púgil Oliverio Trévol. Estos tres personajes dan vida a una de las historia más lindas de la pampa, de la ya desaparecida pampa.
"...Tras barajar las cartas, las ponía en el piso y la llamaba a ella para que cortara. Corta Malita, le decía. Ella, como tantas veces se lo había repetido en vida, le respondía que no, papá, que no quería aprender a jugar, cuántas veces
tenía que decírselo. Vamos, Malita, corta, insistía él. con una expresión de tristeza que ella no pudo soportar. Y cortaba. Entonces su padre, sonriendo de una manera muy linda, tomaba el mazo de naipes, lo lanzaba al aire en un paso de mago y en el
aire las cincuenta y dos cartas se convertían en cincuenta y dos pajaritos de colores que revoloteaban trinando por el interior de la casa mientras ella, loca de alegría, saltaba tratando de atraparlos con su gorra."
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