miércoles, 30 de diciembre de 2009

Bosque quemado

Primer libro que leo de Roberto Brodsky. Y creo que tuve mucha fortuna.

“Bosque quemado”, alude a la metáfora utilizada por un médico para describir el cerebro de un enfermo de alzheimer en su fase aguda, “un bosque quemado donde todavía quedan algunos árboles y ramas humeantes”. El enfermo es Moisés, padre del narrador, un médico cardiólogo y militante del Partido Comunista quién es acompañado en varios pasajes de su vida por su hijo. Es este, en una especia de biografía novelada quién cuenta la historia en primera persona.

Les dejo un extracto del libro.




- Te llama, quiere verte - dijo mi hermano acercándose.
- ¿A mi?
- Sí. Pidió hablar contigo.
Fue como un llamado de atención al grupo. Victoria me
frotó el hombro. La sala se había llenado otra vez con los que
venían de la pieza. Flotaba un aire espeso, de marejada conte-
nida. Salí hacia la habitación y al entrar cerré la puerta a mis
espaldas. Los brazos extendidos de mi madre buscaban en som-
bras un muro donde apoyarse. Tomé asiento a su lado y recogí
el cuerpo que se inclinaba hacia adelante. Respiraba con una
lentitud conmovedora, tardíamente, como un ahogado que
desfallece de hipotermia. Aferró su pecho contra el mío. Esta-
ba confundida, o asustada. No entendía. Murmuró un quejido
en mi oído, lento y angustioso, y sólo entonces el candado de
la conciencia saltó por completo. Esto era la muerte. Era real.
Lo veía: algo físico y pegado al cuerpo que despedía un olor
amargo. Me solté de su apriete. Ella quería despedirse, y yo
hablarle. Acaricié el rostro pálido y tembloroso que comen-
zaba a perderse con la mirada enloquecida. Una caricia de
agua, casi. Tranquila, le dije: no va a pasar nada malo, quédate
quieta, yo te acompaño, descansa, eres tan bella, eres tan her-
mosa, palabras delicadas e imposibles que me venían de un lu-
gar desconocido y pauseaban un resuello tibio, hasta que se fue
apagando del todo, bajando la frecuencia del jadeo a medida
que nos acercábamos. Era dulce tenerla así, apoyada de espal-
das entre los brazos mientras nos despedíamos con los ojos
fijos en una quietud de pronto más altiva que vencida. Ya res-
piraba más tranquila. Ya no respiraba o se deslizaba fuera, ha-
cia una entrada oscura donde apenas sí lograba distinguirla, y
sostuve el cuerpo en la misma posición inclinada hasta dejar
de oírla. No hubo una sacudida ni un estertor final, sólo un
hilo muy fino y nítido que se contraía y dilataba. Hasta que se
rompió. Fue un instante solo. Quedé inmóvil yo también, y
luego no. Arrullé el cuerpo sin que nada enturbiara el reflujo
que comenzaba a llenar la habitación. La serenidad parecía ha-
ber ocupado mi puesto. Permanecí un largo rato así, con mi
madre en los brazos tan firmemente aferrada que oía su muer-
te llevando el pulso. Luego la separé y recliné sus espaldas a lo
largo de la cama, con la cabeza libre de los almohadones que
molestaban. Creo que caminé por el cuarto de una lado a otro,
deteniéndole un par de veces a observar la rigidez del cuerpo,
y luego salí hacia la sala donde todos aguardaban expectantes.
- Murió - dije, sin expresión alguna, apareciendo en busca
de un asiento como si volviera de la ducha que tan sólo unas
horas antes me había saltado.

Bosque Quemado
Roberto Brodsky
232 Páginas
1era Edición, Julio 2008
Mondadori

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