
LA PRADERA
Bruno Garza se estremeció en medio de la noche del Mid-
west norteamericano. Tardó unos segundos en recordar
que estaba en su dormitorio y luego estiró su mano en la
oscuridad buscando el aparato. ¿Era ese el primer timbra-
zo o el teléfono sonaba ya desde hacía mucho? Sus dedos
tropezaron con la base de bronce de la lámpara, resbala-
ron sobre la superficie de mármol del velador y descolga-
ron el auricular. Lo sintió resbaladizo como una piedra
cubierta de líquenes, recién recogida de algún lago aus-
tral. Después escuchó su golpe sordo al estrellarse contra
la alfombra. Hurgó entre las pantuflas y una novela de
Paul Auster hasta recogerlo. Lo aproximó a su mejilla y
respondió en inglés con los ojos cerrados, la voz aguar-
dentosa, confundido:
- ¿Aló...? ¿Quién habla?
Del otro lado de la línea sólo llegaba el rumor incon-
fundible de una ducha derramándose sobre una tina vacía.
- ¿Sí? ¿Diga? Diga, por favor...
Pasiones griegas
Roberto Ampuero
260 Páginas
Primera Edición, Octubre 2006
Planeta
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