lunes, 5 de diciembre de 2011

Los reyes malditos V : La loba de Francia


PROLOGO.
...Y los castigos anunciados, las maldiciones lanzadas desde lo alto de la hoguera por el
Gran Maestre de los Templarios habían continuado extendiéndose por el suelo de Francia. El
destino abatía a los reyes como si fueran piezas de ajedrez.
Tras de caer fulminado Felipe el Hermoso, seguido por su primogénito, Luis X, asesinado
dieciocho meses después, su segundo hijo, Felipe V, parecía que iba a tener un largo reinado; pero,
apenas pasados cinco años, Felipe moría a su vez, antes de cumplir los treinta.
Detengámonos un instante en este reinado, que no parece una tregua de la fatalidad mas que
en comparación con los dramas y desastres que le seguirían después. Parece un reinado pálido al
que hojea el libro distraídamente, sin duda porque en sus paginas no se tiñe las manos de sangre. Y
sin embargo... Veamos como se desarrollan los días de un gran rey, cuando la suerte le es adversa.
Porque Felipe V el Largo, podía contarse entre los grandes reyes. Por la fuerza y por la
astucia, por la justicia y por el crimen, se había apropiado, joven aun, de la corona, puesta a subasta
de las ambiciones. Un conclave encerrado, un palacio real tomado al asalto, una ley sucesoria
inventada, una revuelta baronial desbaratada en una campaña de diez días, un gran señor
encarcelado, un infante real muerto en la cuna -al menos así se creía-, habían jalonado las rápidas
etapas de su carrera hacia el trono.
Cuando la mañana de enero de 1317 salió de la catedral de Reims, entre el tañido de todas
las campanas, el segundo hijo del Rey de Hierro podía creerse triunfante y libre de volver a
emprender la gran política que había admirado en su padre. Su turbulenta familia se había inclinado
por obligación; los barones, dominados, se resignaban a su obediencia; el Parlamento sufría su
ascendiente y la burguesía lo aclamaba, entusiasmada de haber vuelto a encontrar un príncipe
fuerte. Su esposa había lavado las manchas de la torre de Nesle; su descendencia parecía asegurada
por el hijo que le acababa de nacer; finalmente, la consagración lo había revestido de una intangible
majestad. Nada le faltaba a Felipe V para disfrutar de la relativa felicidad de los reyes, ni siquiera la
prudencia de querer la paz y de conocer su precio.

Los Reyes Malditos V
La loba de Francia
Maurice Druon
354 Páginas
Primera Edición, Junio 2003
Vergara

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