Lo siento, no me dio
para ser Truman Capote
GUSTAVE FLAUBERT
No era francés, no tenía aspecto de francés, y sin em-
bargo ninguno de nosotros dudó un instante de su con-
dición de francés. Se llamaba Orélie Antonie L'Oignon
Apud, y había llegado en marzo a la universidad con
una enorme mochila de alpinista y un acento tan car-
gado de erres y gés arrastradas, tan melodioso y fragante
a baguetes y Edith Piaf, que más tarde consideramos
inconcebible que ni siquiera hablara francés. Apenas un
día después ya se había incorporado a las clases regu-
lares de tercer año, y también al equipo de fútbol de la
escuela como un valioso centro delantero, puesto que -
nos explicó- ocupaba en las divisiones inferiores de un
equipo de la segunda división de Francia de entonces, el
Paris Saint Germain. No podríamos haber soñado una
mejor galleta para el cuadro deportivo.
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La noche de los muerto vivientes
Tito Matamala
214 páginas
Primera Edición, Marzo 2011
Lolita Editores
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