lunes, 26 de agosto de 2024

La muerte tiene olor a pachulí
Hernán Rivera Letelier
Primera edición junio de de 2016
155 páginas
Alfaguara


Primera parte 
1
El túnel fue descubierto a poco de haber co-
menzado los trabajos de demolición de la cárcel y a 
tres meses del traslado de los presos al nuevo recinto 
penal, construido veinte kilómetros al oriente de la 
ciudad, al otro lado del frontón de cerros áridos que 
separa la urbe del desierto. 
El acarreo de los internos había sido expedito y sin 
problemas, salvo por la protesta de los familiares que 
reclamaban, con justa razón, que ahora les iba a ser 
más difícil y oneroso ir a visitarlos. Una vez evacuada, 
la cárcel vieja fue invadida por hordas de obreros que, 
con sus cascos y overoles, sus herramientas y su pesada 
maquinaria, comenzaron a derribarla aceleradamente 
(ya se sospechaba que, pese a los reclamos de las enti-
dades culturales de la ciudad, en sus terrenos se alzaría
un moderno mall -otro más-, todo acrílico, acero 
inoxidable y escaleras mecánicas). Cuando los traba-
jos de demolición ya iban avanzados y se taladraba el 
piso ajedrezado de la parroquia, justo detrás de donde 
había estado el altar mayor, apareció la boca del túnel. 
La extrañeza que causó hallazgo entre las autorida-
des era comprensible: en el largo historial del recinto, 
que abarcaba ciento seis años desde su inauguración, 
no figuraba ninguna fuga por vía subterránea. La Es-
trella del Norte, el más popular diario de la ciudad, 
envió a cubrir la noticia un joven periodista recién 
egresado, que en sus ratos libres escribía poemas…

La cola del diablo
Ramón Díaz Eterovic
Primera edición, noviembre 2018.
293 páginas
LOM ediciones

1

Me detuve junto a la puerta del aeropuerto y aspiré lentamente
hasta que me acostumbré al viento helado. Sentí una puntada en el 
costado izquierdo de la espalda y esperé a que el dolor se atenuara 
para alejarme unos pasos de la puerta. Es el aire, pensé. Tal vez el 
cansancio del largo viaje o el esfuerzo de cargar el bolso con mi ropa, 
la pistola y un par de libros. Volví a aspirar profundamente y mis 
pulmones renacieron con la pureza del aire. Un niño con un avión 
de juguete pasó junto a mí de la mano de un hombre. Parecía feliz 
mientras hacía volar el avión con el impulso de su imaginación. La 
visión me buscó tristeza del infancia que espante de mi lado como 
un moscardón inoportuno. 
El cielo seguía tan hermoso como lo recordaba. Más bello que el 
cielo de Paris, me había dicho en más de una oportunidad mi amigo 
el Escriba, atrincherado en su nostalgia por la Patagonia que no 
admite dos opiniones a la hora de evaluar su terruño. No sé si exagera. 
Jamás he estado en Paris y mi única referencia a su cielo viene del 
cine y de una canción de Jacques Brel de mis tiempos de estudiante 
universitario, que la sordera de una vecina, profesora jubilada de 
francés, hacía sonar a gran volumen. 
No he ido a Paris y hasta hace unos días tampoco pretendía 
regresar a la ciudad de los vientos interminables, me dije mientras 
encendió un cigarrillo y pensaba que más vale escupir hacia el 
cielo ni decir de esta agua no beberé. Observé el cielo hasta que le 
di la última calada al cigarrillo y luego presté atención a un hombre 
moreno que ofrecía Transporte al centro de la ciudad. Me informó el 
precio del servicio y le pasé mi bolso. Ya estoy acá, no hay vuelta atrás…..

Literatura Infantil 
Alejandro Zambra
1era Edición Mayo 2023
226 Páginas 
Anagrama 

LITERATURA INFANTIL 

0

Contigo en brazos, por primera vez aíslo, en la pared,
la sombra que formábamos juntos. Tienes veinte minutos de 
vida.

Tu madre cierra los párpados, pero no puede dormir. 
Descansa los ojos nada más que unos segundos.

-A veces a los recién nacidos se les olvida respirar
-nos dice un amable enfermera aguafiestas.

Me pregunto si lo dice así todos los días, con las mis-
mas palabras. Con el mismo aire prudente de advertencia 
triste.

Tu pequeño cuerpo respira, sí: incluso en la penum-
bra del hospital, tu respiración es visible. Pero yo quiero 
escucharla, escucharte y me molesta mi propio resuello. 
Y mi ruidoso corazón me impide sentir el tuyo.

A lo largo de la noche, cada dos o tres minutos con-
tengo el aliento para comprobar que respiras. Es una su-
perstición tan sensata, la más sensata de todas: dejar de 
respirar para que un hijo respire...

jueves, 8 de agosto de 2024


La caza del carnero salvaje
Haruki Murakami 
1era Edición Octubre 2016
380 Páginas 
TusQuets Editores

Capítulo primero
25 de noviembre de 1970

El pícnic de los miércoles por la tarde

Un amigo mío se enteró por casualidad mientras ojea-
ba el periódico y me llamó para comunicarme que ella había 
muerto. Me leyó despacio y en voz alta la noticia, de un 
solo párrafo, que aparecía en la edición matutina. Un artícu-
lo mediocre. Parecía el ejercicio de un periodista recién gra-
duado sin experiencia.

El día tal, del mes tal, un camión conducido por fulano 
atropella a mengana en una esquina del barrio tal. Zutano
está investigando el caso, pero parece que ha sido un ho-
micidio por imprudencia temeraria.

Aquellos sonaba como esos breves poemas que aparecen
en las primeras páginas de la revistas.

-¿Dónde se celebrará el funeral?- le pregunté.

-No tengo idea- me contestó-. Para empezar, ni 
siquiera sé si tenía familia. 
Claro que tenía familia.

Ese mismo día llamé a la policía y pregunté si me po-
día facilitar su dirección y número de teléfono; luego 
marqué el número y pregunté cuando se celebraría el fune-
ral. Como dijo alguien de una vez: con esfuerzo, todo se sabe
en esta vida. 
La vivienda se hallaba en el área de Shitamachi. Desple-
gué el mapa de Tokio y marqué con bolígrafo rojo el número…