
Cuando Joaquín partió esa mañana de domingo al
Hipódromo Chile, calculo a fines de 1958 o a comienzos
de 1959, ya se le había olvidado, parece, el origen exacto de
su manía, de su pasión frenética por el juego. Lo que él si sa-
bía, supongo, es que venía de muy atrás y de muy lejos, qui-
zá de los patios del Liceo de Hombres de Valparaíso en los
primeros tiempos del parlamentarismo, el régimen que había
triunfado entre nosotros en la guerra civil de 1891. Pero lo
más probable es que el momento preciso, la primera apari-
ción, se le hubiese borrado de la memoria. Todo tendría que
ver, a lo mejor, con esos patios, con los gritos destemplados
de sus compañeros de curso, con el viento helado de los ce-
rros, que cortaba como un cuchillo, y también con la cara,
con el bigote de su padre (don Joaquín, el hermano mayor de
mi abuelo), cuando él, tú, de niño, en los comienzos de la
adolescencia, regresabas lleno de polvo, con las mangas de la
camisa rotas, con los pantalones bolsudos, al caserón frío del
Almendral, en el plano del puerto. Esa mañana en Santiago,
medio siglo, más de medio siglo más tarde, había niebla, flo-
taba encima de las casas del barrio bajo un aire sucio, húme-
do, y daba la impresión de que el vicio de tus años juveniles,
la pasión inexplicable, hubiera vuelto con toda su fuerza..."
Notable libro. De acá salté a leer a Joaquín Edwards Bello.
El inútil de la familia
Jorge Edwards
360 Páginas
1era Edición, Octubre 2004
Alfagura
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