
"La Manuela despegó con dificultad sus ojos laga-
ñosos, se estiró apenas y volcándose hacia el lado
opuesto de donde dormía la Japonesita, alargó la ma-
no para tomar el reloj. Cinco para las diez. Misa de
once. Las lagañas latigudas volvieron a sellar sus pár-
pados en cuanto puso el reloj sobre el cajón junto a la
cama. Por lo menos media hora antes que su hija le pi-
diera el desayuno. Frotó la lengua contra su encía des-
poblada: como aserrín caliente y la respiración de hue-
vo podrido. Por tomar tanto chacolí para apuntar a los
hombres y cerrar temprano. Dio un respiro - ¡cla-
ro!-, abrió los ojos y se sentó en la cama: Pancho Ve-
ga andaba en el pueblo. Se cubrió los hombros con el
chal rosado revuelto a los pies del lado donde dormía
su hija. Sí. Anoche le vinieron con ese cuento. Que
tuviera cuidado porque su camión andaba por ahí, su
camión ñato, colorado, con doble llanta de las ruedas
traseras. Al principio la Manuela no creyó nada por-
que sabía que gracias a Dios Pancho Vega tenía otra
querencia ahora, por el rumbo de Pelarco, donde esta-
ba haciendo unos fletes de orujo muy buenos. Pero al
poco rato, cuando había casi olvidado lo que le dije-
ron del camión, oyó la bocina en la otra calle frente al
correo. Casi cinco minutos seguidos estaría tocando,
ronca e insistente, como para volver loca a cualquiera.
Así le dada por tocar cuando estaba borracho. El idio-
ta creía que era chistoso. Entonces la Manuela le fue a
decir a su hija que mejor cerraran temprano, para qué
exponerse, tenía miedo que pasara lo de la otra vez.La
Japonesita advirtió a las chiquillas que se arreglaran
pronto a los clientes o que los despacharan: que se
acordaran del año pasado, cuando Pancho Vega andu-
vo en el pueblo para la vendimia y se presentó en su
casa con una pandilla de amigotes prepotentes y llenos
de vino - capaz que hasta hubiera corrido sangre si en
eso no llega don Alejandro Cruz que los obligó a por-
tarse en forma comedida y como se aburrieron, se fue-
ron. Pero decían que después Pancho Vega andaba fu-
rioso por ahí jurando:
- A las dos me las voy a montar bien montadas, a
la Japonesita y al maricón del papá..."
El lugar sin límites
José Donoso
134 Páginas
Publicado por primera vez en 1966
1era Edición Noviembre 1995
Alfaguara
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