
"Caminando un día, como todos los días, por estas calles
tierrosas de Calama, me topo con algo que parece un
animalito muerto. Es un sector apartado, una especie de
peladero adonde llegan los mineros a botar esos mansos autos
yanquis que los enloquecen cuando se echan a perder, cuando
pasan de moda o, a lo mejor, cuando se les acaba la bencina.
Entremedio de esos armatostes de lata tapizados de tierra veo
en el suelo, al lado de un cierre de concreto, un cuerpecito
oscuro, ¿un gato o un perrito muerto?, acurrucado en posición
fetal, con las patas encima de la cabeza, tapando los ojos y las
orejas, la postura del que no quiere saber, ver ni oír más de este
mundo. Me agacho, lo recojo y veo que es una perrita mora,
muy fina ella, con su cabecita triangular y a los dos lados unos
ojos enormes, cerrados. Vive, está tibia, el corazón le late, los
ojos le palpitan detrás de los párpados, como si quisiera abrirlos
y no se atreviera. La acurruco contra el pecho y deja escapar un
quejido muy débil. Me doy cuenta de que está maltratada, sangra
de un desgarrón de la oreja derecha. Levanto la vista y veo que
estoy a pocos pasos de la casa de la tía Aurelia. No podía tener
mejor destino. Es como para creer que alguién dirige las cosas
que deben pasar. A veces lo creo. Raras veces..."
animalito muerto. Es un sector apartado, una especie de
peladero adonde llegan los mineros a botar esos mansos autos
yanquis que los enloquecen cuando se echan a perder, cuando
pasan de moda o, a lo mejor, cuando se les acaba la bencina.
Entremedio de esos armatostes de lata tapizados de tierra veo
en el suelo, al lado de un cierre de concreto, un cuerpecito
oscuro, ¿un gato o un perrito muerto?, acurrucado en posición
fetal, con las patas encima de la cabeza, tapando los ojos y las
orejas, la postura del que no quiere saber, ver ni oír más de este
mundo. Me agacho, lo recojo y veo que es una perrita mora,
muy fina ella, con su cabecita triangular y a los dos lados unos
ojos enormes, cerrados. Vive, está tibia, el corazón le late, los
ojos le palpitan detrás de los párpados, como si quisiera abrirlos
y no se atreviera. La acurruco contra el pecho y deja escapar un
quejido muy débil. Me doy cuenta de que está maltratada, sangra
de un desgarrón de la oreja derecha. Levanto la vista y veo que
estoy a pocos pasos de la casa de la tía Aurelia. No podía tener
mejor destino. Es como para creer que alguién dirige las cosas
que deben pasar. A veces lo creo. Raras veces..."
La Huachita
José Miguel Varas
166 Páginas
1era Edición 2009
LOM Ediciones
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