sábado, 18 de septiembre de 2010

La lámpara de aladino

El veterano tenía hijos, hijas, nueras, yernos
erráticos como el viento de la estepa y una caterva im-
precisa de nietos desparramados por la inmensidad pa-
tagónica. A los ochenta y tantos años continuaba sien-
do el sostenedor de su prole, que se apegaba a él cuando
los vientos todavía más fríos del largo invierno austral
hacían sonar las tripas y el puchero se mostraba mez-
quino de carnes.

Además de años y familia tenía también un perro,
el Cachupín, un kiltro, es decir de los mapuches, cuyas
únicas habilidades eran la pereza y la manía de dormir
con un ojo abierto, siempre atento a los movimientos
del amo, pero cuando las vacas flacas se hacían pre-
sentes y el veterano, con el mate ya sin sabor pegado
a una mano, le ordebaba: "Cachupin, llegó la hora,
sacá a todos esos mierdas y después ponete fiero, en-
tonces el perro de desperezaba, estiraba las patas, ar-
queaba el lomo, sacudía las orejas, enroscaba el rabo
flaco y largo, y entraba a la cabaña entre ladridos y gru-
ñidos de ferocidad desacostumbrada.

La lámpara de aladino
Luis Sepúlveda
174 Páginas
1era Edición, Septiembre 2008
TusQuets Editores

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