miércoles, 18 de mayo de 2011

El Loco Estero


Aquel día, bien que no era fiesta, los dos chicuelos vestían el traje de
los domingos. Sentados a la mesa con estudiada compostura, sin hacer
gran caso de la conversación de las personas grandes, que ocupaban la
testera, sus miradas se dirigían furtivas a las golosinas y a las frutas
distribuidas en cestas y azafates sobre el mantel, con aire de extraordina-
rio gaudeamus. Pero, a pesar de la ansiosa distracción en que aquel es-
pectáculo los mantenía, ni uno ni otro dejaba de sentir sobre ellos, co-
mo se siente el fuego de un rayo de sol sobre el rostro, el reflejo autorita-
rio de los ojos paternos, que los requería a estar atentos a lo que habla-
ban sus mayores.
Más osado que el primogénito, el menor de los chicos extendió con di-
simulo una mano hacia un canastillo de fresas, primicia de la estación,
que, entrelazadas con flores, lo fascinaban con su rosada frescura.
-Javier, no toques las frutillas, hijito -le ordenó, desde la opuesta
extremidad, la voz de la madre, con dulzura.
-Si vuelves a desmandarte, no irás esta tarde a la Cañada -amena-
zó la voz del padre, con severidad.
Javier bajó la frente, fingiendo contricción, pero sus ojuelos pardos
formulaban al mismo tiempo la protesta muda de su altiva voluntad.
-Ya vez que Guillén está quieto -agregó la madre, para suavizar
la aspereza de la conminación paternal.
Con el elogio de su madre, un vivo tinte de carmín coloreó el rostro
del mayor de los niños. El, más bien que su hermano, parecía el delin-
cuente. La mirada de sus grandes ojos azules daba a su fisonomía la se-
riedad casi tímida de los precoces soñadores.
Una voz de los grandes invocó indulgencia para Javier:
-Déjalo, Marica, que tome una frutilla. Hoy es día de regocijo gene-
ral, y es preciso que todos estemos contentos.
-¿No ves mamá, lo que dice tío Miguel? -exclamó triunfante el
niño.
-Cuando lleguemos a los postres -pronunció, con sentencia defini-
tiva, el papá.
El chico no se desconsoló con ese fallo inapelable.

El loco estero
Alberto Blest Gana
240 Páginas
Primera Edición, 1909
Editorial Andrés Bello

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