En las noches frías de Chicago, Bobby y yo bebía-
mos dry martinis y conversábamos por hora de horas
sobre los temas que nos obsesionaban. Yo hablaba sobre
distancia, geofrafía y nostalgia, y Bobby sobre historia,
escritores y poetas. Años después, cuando supe que había
muerto, pensé en Joan Manuel Serrat y el poeta Mi-
guel Hernández. Después ya no pensé en nadie y me
puse a llorar desconsoladamente. Recordé su cara risue-
ña, el mechón de pelo claro sobre su frente y volví a verlo
como aquel día de mayo de 1969 - casi treinta años
atrás- en que se había aparecido en nuestras vidas, para
no salir de ella jamás.
El misterio de las Tanias
Sebastián Edwards
374 páginas
1era Edición, Abril 2007
Alfaguara
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