
en realidad, los sábados, cuando mi padre por fin
me hacía salir al auto:
- Listo...vamos...
Yo andaba rondándolo desde hacía rato. Es
decir, no rondándolo precisamante, porque la expe-
riencia me enseño que esto resultaba contraprodu-
cente, sino más bien poniéndome a su disposición en
silencio y sin parecer hacerlo: a lo sumo me atrevía
a toser junto a la puerta del dormitorio si su siesta
con mi madre de prolongaba, o jugaba cerca de ellos
en la sala, intentando atrapar la vista de mi padre y
mediante una sonrisa arrancarlo de su universo pa-
ra recordarle que yo existía, que eran las cuatro de
la tarde, las cuatro y media, las cinco, hora de llevar-
me a las casa de mi abuela.
Este Domingo
José Donoso
210 Páginas
Primera Edición, 1995.
Alfaguara
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