Gilberto Villarroel
Primera edición mayo de 2017
Penguin Random House grupo editorial
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Loic Eonet, capitán de dragones de la Guarda Imperial de
Napoleón I, terminaba su austera cena, compuesta por dos
rebanadas de pain de champagne duro, sopa de verduras, restos
de saicisson, un trozo de queso y una jarra de vin rouge de
Bourdeaux, cuando un soldado llamó la puerta de la cel-
da de piedra donde había instalado su cuartel y le comunicó
que los centinelas anunciaba la llegada de un bote. Eonet
tomó de inmediato su sable reglamentario, se echó encima
su capote, se cubrió la cabeza con el bicornio y salió al patio,
haciendo sonar sobre los adoquines los tacones de sus botas
de caballería.
No terminaba de acostumbrarse molesto eco que ca-
da sonido provocaba en aquel patio de forma ovalada, rodea-
do por tres niveles de galerías de piedra con arcos de medio
punto, que por dentro daban a la construcción el aspecto de
un coliseo romano en vez de lo que era realmente: la fortaleza
secreta más preciada del Emperador de los franceses.
Por fuera, en cambio, Fort Boyard - o "el navío de pie-
dra", como lo llamaban los soldados- valía cada barra de oro
invertido en su construcción.Era un castillo artillado de pa-
redes lisas, con una planta baja y dos pisos. Sus tres hileras de
ventanas enrejadas escondían, en algunos casos, las portas de las
casamatas de los cañones y, en otros, las habitaciones de la tropa.
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