sábado, 18 de septiembre de 2010

El sueño de la historia

Había vuelto después de más de nueve años, alrededor de diez, ahora no quería sacar la cuenta, y la impresión, aun- que se había preparado bien (eso creía, por lo menos), era mucho más fuerte de lo que se había imaginado, más difícil de tragar. Y más enredada. Cuando el avión empezó a cru- zar la cordillera tapada de nieve, con aristas filudas, dientes y espolones, crestas de polvillo blanco, se quedó mudo, y después, cuando bajaba sobre le territorio montañoso y él veía las primeras vacas, los pastizales desteñidos, los cober- tizos, los zanjones y las pozas del invierno, un camión des- tartalado, en miniatura, en medio de un vapor general, de una neblina vaga, sintió perplejidad, desazón, hasta una sensación de miedo. Era malo, se dijo, comenzar con miedo, y desde antes de tocar tierra, pero no había manera de evi- tarlo. Unos minutos más tarde, mientras el aparato carre- teaba por la losa del aeropuerto, cerca de galpones míseros, divisó caras torvas, mestizas, con los cascos hundidos en la frente, con las metralletas preparadas,y notó el silencio de los demás pasajeros, el de una pareja de ingleses, el de un funcionario de alguna parte, el de una familia española. Hasta los niños, asustados, habían dejado de hablar y de dar gritos y miraban con fijeza. Los soldados estaban desplega- dos por todas partes, alrededor de aviones anticuados, pan- zudos, con la pintura sucia, de containers olvidados en el suelo, en las gradas que conducían al recinto de la policía. Él entrego su pasaporte con un temblor enteramente ab- surdo, como si sus papeles fueran falsificados, el funcio- nario anotó varias cosas en el teclado de un computador. El artefacto, pesado y lento, apelaba, parecía, a una base de da- tos remota..

El sueño de la historia
Jorge Edwards
412 Páginas
1era Edición, Abril 2000
TusQuets

Almuerzo de vampiros

No nos habíamos visto en los últimos veinte años, o más. Vivo fuera de Chile y vengo a Santiago sólo para las vacaciones en el verano aus- tral. Pero fuimos compañeros de colegio, com- partimos esta ciudad- que ahora parece otra- y nos frecuentamos en los remotos años setenta del siglo pasado. Ahora nos acercamos a la cin- cuentena.

Quizás por eso, cuando hace poco nos
citamos para almorzar, hablamos mayormente del pasado, de lo que fue, de "nuestra época". Si, hay que reconocerlo: empleamos, sin advertirlo, esa expresión nostálgica, dulzona y adictiva que la gente llegada a la mediana edad empieza a usar para hablar de su primera ju- ventud. "En mi tiempo...", dicen (como si nin- gún otro tiempo, salvo el de la juventud, pu- diera pertenecerles). Y al decirlo pareciera que su tiempo ya hubiese pasado. Como si ya estu- vieran, un poco, muertos.





Almuerzo de vampiros
Carlos Franz
268 Páginas
1era Edición, Agosto 2007
Alfaguara

La lámpara de aladino

El veterano tenía hijos, hijas, nueras, yernos
erráticos como el viento de la estepa y una caterva im-
precisa de nietos desparramados por la inmensidad pa-
tagónica. A los ochenta y tantos años continuaba sien-
do el sostenedor de su prole, que se apegaba a él cuando
los vientos todavía más fríos del largo invierno austral
hacían sonar las tripas y el puchero se mostraba mez-
quino de carnes.

Además de años y familia tenía también un perro,
el Cachupín, un kiltro, es decir de los mapuches, cuyas
únicas habilidades eran la pereza y la manía de dormir
con un ojo abierto, siempre atento a los movimientos
del amo, pero cuando las vacas flacas se hacían pre-
sentes y el veterano, con el mate ya sin sabor pegado
a una mano, le ordebaba: "Cachupin, llegó la hora,
sacá a todos esos mierdas y después ponete fiero, en-
tonces el perro de desperezaba, estiraba las patas, ar-
queaba el lomo, sacudía las orejas, enroscaba el rabo
flaco y largo, y entraba a la cabaña entre ladridos y gru-
ñidos de ferocidad desacostumbrada.

La lámpara de aladino
Luis Sepúlveda
174 Páginas
1era Edición, Septiembre 2008
TusQuets Editores