domingo, 26 de diciembre de 2010

Ensayo sobre la ceguera


Se iluminó el disco amarillo. De los coches
que se acercaban, dos aceleraron antes de que se
encendiera a señal roja. En el indicador del paso
de peatones apareció la silueta del hombre verde.
La gente empezó a cruzar la calle pisando las
franjas blancas pintadas en la capa negra del as-
falto, nada hay que se parezca menos a la cebra,
pero así llaman a este paso. Los conductores, im-
pacientes, con el pie en el pedal del embrague,
mantenían los coches en tensión, avanzando, re-
trocediendo, como caballos nerviosos que vieran
la fusta alzada en el aire. Habían terminado ya de
pasar los peatones, pero la luz verde que daba
paso libre a los automóviles tardó aún unos se-
gundos en alumbrarse. Hay quien sostiene que
esta tardanza, aparentemente insignificante, mul-
tiplicada por los miles de semáforos existentes en
la ciudad y por los cambios sucesivos de los tres
colores de cada uno, es una de las causas de los
atascos de circulación, o embotellamiento, si
queremos utilizar la expresión común.

Ensayo sobre la ceguera
José Saramago
448 Páginas
Primera Edición, 1995.
Punto de Lectura

La Chica del Crillón


Para el caso diré que me llamo Teresa Iturrigorriaga, y será la única mentira de mi
narración. Uso un apellido vinoso y sin vino, es decir, soy aristócrata y sin plata. Vivo
con mi padre enfermo y una vieja cocinera, a quienes mantengo.
Antes éramos ricos y habitábamos un palacete de la calle Dieciocho, en cuyo
jardín cantaban los pájaros; ahora vivimos en el extremo de la calle Romero, y los
arpegios aéreos han sido reemplazados por las actividades de los ratones en el
entretecho. Nos rodean los cités y conventillos; las casas de adobes tienen parches,
grietas, y se apoyan unas en otras como heridos después de la batalla...

La mujer que tiene los pies hermosos
nunca podrá ser fea...




La Chica del Crillón
Joaquín Edwards Bello
140 Páginas
Tercera Edición, Julio 1997.
Editorial Universitaria

sábado, 11 de diciembre de 2010

Palomita Blanca


Palomita Blanca, vidalita de pico rosado
Juan Carlos me trató de matar. No, no es cierto, no es que me tratara de matar. Es que me hizo
morir de amor por él. Como en la novela "Amor sin Limites" de la Corín Tellado, que yo leía cada
mañana antes de partir al colegio. 0, como en las películas. Pero, la pura, no creí que era tan así,
no Juan Carlos, yo no me hice ilusiones con él, no creí que el amor era así, tan... tan... no podía
ni dormir y me debilité más. Perdí cinco kilos.
Todo comenzó cuando con la Telma decidimos ir al Festival. Habíamos leído en el "Clarín" que el
Festival era allá arriba, en el barrio alto, por Los Dominicos, y la Telma estaba más
entusiasmada, y me dijo que podíamos arreglamos lo más bien con collares y que yo como era
alta y de piernas largas, me veía re bien de pantalones y que íbamos a pinchar algo y que
además estaba no sé qué cantante americano que la Telma se los conoce a todos, porque desde
que se compró la radio a pilas, no se pierde programa. Me dijo después que era por Piedra Roja,
y que ella sabía cómo llegar. Puras chivas de la Telma porque anduvimos más perdidas y
tomamos como tres micros y recién estábamos en el Canal San Carlos, y por suerte pasaron
unos chiquillos en un auto celeste y como nos vieron arregladas.

Palomita Blanca
Enrique Lafourcade
1.. Páginas
1era Edición, 1971
Editorial Zig Zag

Doce cuentos peregrinos


Estaba sentado en el escaño de madera bajo las ho-
jas amarillas del parque solitario, contemplando los cis-
nes polvorientos con las dos manos apoyadas en el pomo
de plata del bastón, y pensando en la muerte. Cuando
vino a Ginebra por primera vez el lago era sereno y
diáfano, y había gaviotas mansas que se acercaban a co-
mer en las manos, y mujeres de alquiler que parecían
fantasmas de las seis de la tarde, con volantes de organ-
dí y sombrillas de seda. Ahora la única mujer posible,
hasta donde alcanzaba la vista, era una vendedora de
flores en el muelle desierto. Le costaba creer que el tiempo
hubiera podido hacer semejantes estragos no sólo en su
vida sino también en el mundo...

Los doce son:
  • Buen viaje, señor presidente
  • La santa
  • El avión de la bella durmiente
  • Me alquilo para soñar
  • Sólo vine a hablar por teléfono
  • Espantos de agosto
  • María dos Prazeres
  • Diecisiete ingleses envenedados
  • Tramontana
  • El verano feliz de la señora Forbes
  • La luz es como el agua
  • El rastro de tu sangre en la nieve

Doce cuentos peregrinos
Gabriel García Márquez
232 Páginas
1era Edición, 1992
Mandadori

El caso Neruda


¿Qué inquietaba a los dueños de Almagro, Ruggiero & Asociados,
que lo invitaban a comparecer con tanta premura en sus oficinas?,
se preguntó Cayetano Brulé al dejar esa cálida mañana de febrero su
despacho del entretecho del edificio Turri, ubicado en pleno centro
financiero de Valparaíso, y bajar en el ascensor de jaula hasta la calle
Prat. Desde el retorno a la democracia AR&A se había convertido en
la consultora más influyente del país y se murmuraba que no existía
estipulación o licitación pública de envergadura que no se agenciara
gracias a su rúbrica. Sus tentáculos abarcaban desde el palacio presiden-
cial hasta las sedes neogóticas del los empresarios, y desde el Congreso
a la Contraloría General de la República, pasando por ministerios,
partidos políticos, embajadas y tribunales. Sus abogados podían con-
seguir leyes y decretos, subvenciones y condonaciones, exenciones y
amnistías, y también lavar deshonras y pulir el prestigio de personali-
dades de capa caída. AR&A actuaba desde los pasillos y las sombras, y
aunque sus máximos ejecutivos frecuentaban las recepciones y cenas
claves de la capital, sus propietarios eran practicamente invisibles, y en
contadas ocasiones asistían a reuniones sociales o concedían entrevistas
a periodistas.

El caso Neruda
Roberto Ampuero
330 Páginas
1era Edición, Septiembre 2008
Editorial Norma para La otra orilla

Santiago Cero


Tú no siempre fuiste tú. Tú no siempre habitaste una
isla. Tú fuiste una vez inocente. Lo eras antes de que
llegara aquella primera carta.
Fue un lunes, a mediados de mayo, durante el
último curso de la Carrera. Eran cinco o seis hojas
grandes, delgadas y traslúcidas, escritas a máquinas.
Venían en un sobre aéreo celeste, orillado de peque-
ños jets; el borde corto, junto a las estampillas, brus-
camente desgarrado.
Sebastián la leyó en voz alta en la mesa que pre-
sidía el afiche del Neuschwanstein, al fondo de la ca-
fetería. Se había sentado en tu antiguo puesto. Preci-
samente allí donde lo encontraste suplantándote jun-
to a Raquel y el resto del tus amigos, a comienzos del
curso, un par de meses antes.

Santiago Cero
Carlos Franz
168 Páginas
1era Edición, Noviembre 1997
Seix Barral

El roto


DETRAS DE LA ESTACIÓN
Central de ferrocarriles, llamada Alameda, por estar a la entrada de
esa avenida espaciosa que es orgullo de los santiaguinos, ha
surgido un barrio sórdido, sin apoyo municipal.
Sus calles se ven polvorientas en verano, cenagosas en invierno,
cubiertas de harapos, desperdicios de comida, chancletas ratas
podridas. Mujeres de vida airada rondan por las esquinas al caer la
tarde; temerosas, embozadas en sus mantos de color indeciso,
evitando el encuentro con policías... Son miserables busconas,
desgraciadas del último grado, que se hacen acompañar por obreros
astrosos al burdel chino de la calle Maipú al otro lado de la
Alameda. La mole gris de la Estación Central, grande y férrea
estructura, es el astro alrededor del cual ha crecido y se desarrolla
esa rumorosa barriada.
Algún trabajo costó llevar el riel a la capital cerrada en sus
murallas de granito, enemiga del mar. La influencia anglosajona.
patente en la costa, no llega a Santiago, baluarte colonial, clerical
y reaccionario, donde se conserva vivo el espíritu vanidoso y
retrógrado de los mandarines que en 1810 hicieron acto de
sumisión a Dios y al rey contra el gran Rozas. Un político
santiaguino se opuso al ferrocarril: “Ese sistema de locomoción
traerá la ruina de los propietarios de carretas”, deda en
memorables sesiones: al sapiente Bello llamó “miserable
aventurero” porque defendí a el riel. A pesar de la oposición
parlamentaria y los inconvenientes materiales, llegó la
locomotora a despertar la Alameda apacible y franciscana, con
sus acequias de pueblo. Los santiaguinos empezaron a
transformarse; los primeros que fueron a ver el mar llevaron a la
fonda colchones, frazadas y comestibles; en el tren iban
comunicativos y desordenados como en los paseos en carreta.
El que fue extrarradio desierto, triste en el día y peligroso en la
noche, con cruces y velas al borde de los caminos marcando el
sitio donde cayeron los asesinados, ha llegado a ser un barrio
hirviente, lleno del ruido de las máquinas, los motores, la gritería
de los pilluelos y vendedores ambulantes.

El roto
Joaquín Edwards Bello
174 Páginas
1era Edición, 1920
Editorial Universitaria

Cien Microcuentos Chilenos


FÁBULA
Un pastor se encuentra con un lobo.
- ¡Que hermosa dentadura tiene usted, señor lobo!-le dice.
- ¡Oh! - responde el lobo- mi dentadura no vale la gran cosa,
pues es una dentadura postiza.
- Confesión por confesión, entonces -dice el pastor-; si su
dentadura es postiza, yo puedo confesarle que no soy pastor:
soy oveja.

CORDERO DE DIOS
- ¿Por qué vas a matarme?¿No sabes acaso que soy el Cor-
dero de Dios que quita los pecados del mundo?
- Precisamente por eso.

CALIDAD Y CANTIDAD
No se enamoró de ella, sino de su sombra. La iba a visitar al
alba, cuando su amada era más larga.

VELORIO
-¿Quiero verlo?- ofreció el padre, al tanto de nuestra larga
amistad.
-No- les respondí- no me gusta ver el rostro de mis amigos
muertos.
La madre, la familia en pleno y los vecinos me observaron
como al verdadero asesino.

TOQUE DE QUEDA
-Quédate, le dije.
Y la toqué.

GOLPE
-Mamá, dijo el niño, ¿qué es un golpe?
-Algo que duele muchísimo y deja amoratado el lugar don-
de te dio.
El niño fue hasta la puerta de casa. Todo el país que le cupo
en la mirada tenía un tinte violáceo.

Cien microcuentos chilenos
Juan Armando Epple
136 Páginas
1era Edición, Junio 2002
Editorial Cuarto Propio

El inútil de la familia


Cuando Joaquín partió esa mañana de domingo al
Hipódromo Chile, calculo a fines de 1958 o a comienzos
de 1959, ya se le había olvidado, parece, el origen exacto de
su manía, de su pasión frenética por el juego. Lo que él si sa-
bía, supongo, es que venía de muy atrás y de muy lejos, qui-
zá de los patios del Liceo de Hombres de Valparaíso en los
primeros tiempos del parlamentarismo, el régimen que había
triunfado entre nosotros en la guerra civil de 1891. Pero lo
más probable es que el momento preciso, la primera apari-
ción, se le hubiese borrado de la memoria. Todo tendría que
ver, a lo mejor, con esos patios, con los gritos destemplados
de sus compañeros de curso, con el viento helado de los ce-
rros, que cortaba como un cuchillo, y también con la cara,
con el bigote de su padre (don Joaquín, el hermano mayor de
mi abuelo), cuando él, tú, de niño, en los comienzos de la
adolescencia, regresabas lleno de polvo, con las mangas de la
camisa rotas, con los pantalones bolsudos, al caserón frío del
Almendral, en el plano del puerto. Esa mañana en Santiago,
medio siglo, más de medio siglo más tarde, había niebla, flo-
taba encima de las casas del barrio bajo un aire sucio, húme-
do, y daba la impresión de que el vicio de tus años juveniles,
la pasión inexplicable, hubiera vuelto con toda su fuerza..."

Notable libro. De acá salté a leer a Joaquín Edwards Bello.

El inútil de la familia
Jorge Edwards
360 Páginas
1era Edición, Octubre 2004
Alfagura