domingo, 26 de diciembre de 2010

Ensayo sobre la ceguera


Se iluminó el disco amarillo. De los coches
que se acercaban, dos aceleraron antes de que se
encendiera a señal roja. En el indicador del paso
de peatones apareció la silueta del hombre verde.
La gente empezó a cruzar la calle pisando las
franjas blancas pintadas en la capa negra del as-
falto, nada hay que se parezca menos a la cebra,
pero así llaman a este paso. Los conductores, im-
pacientes, con el pie en el pedal del embrague,
mantenían los coches en tensión, avanzando, re-
trocediendo, como caballos nerviosos que vieran
la fusta alzada en el aire. Habían terminado ya de
pasar los peatones, pero la luz verde que daba
paso libre a los automóviles tardó aún unos se-
gundos en alumbrarse. Hay quien sostiene que
esta tardanza, aparentemente insignificante, mul-
tiplicada por los miles de semáforos existentes en
la ciudad y por los cambios sucesivos de los tres
colores de cada uno, es una de las causas de los
atascos de circulación, o embotellamiento, si
queremos utilizar la expresión común.

Ensayo sobre la ceguera
José Saramago
448 Páginas
Primera Edición, 1995.
Punto de Lectura

La Chica del Crillón


Para el caso diré que me llamo Teresa Iturrigorriaga, y será la única mentira de mi
narración. Uso un apellido vinoso y sin vino, es decir, soy aristócrata y sin plata. Vivo
con mi padre enfermo y una vieja cocinera, a quienes mantengo.
Antes éramos ricos y habitábamos un palacete de la calle Dieciocho, en cuyo
jardín cantaban los pájaros; ahora vivimos en el extremo de la calle Romero, y los
arpegios aéreos han sido reemplazados por las actividades de los ratones en el
entretecho. Nos rodean los cités y conventillos; las casas de adobes tienen parches,
grietas, y se apoyan unas en otras como heridos después de la batalla...

La mujer que tiene los pies hermosos
nunca podrá ser fea...




La Chica del Crillón
Joaquín Edwards Bello
140 Páginas
Tercera Edición, Julio 1997.
Editorial Universitaria

sábado, 11 de diciembre de 2010

Palomita Blanca


Palomita Blanca, vidalita de pico rosado
Juan Carlos me trató de matar. No, no es cierto, no es que me tratara de matar. Es que me hizo
morir de amor por él. Como en la novela "Amor sin Limites" de la Corín Tellado, que yo leía cada
mañana antes de partir al colegio. 0, como en las películas. Pero, la pura, no creí que era tan así,
no Juan Carlos, yo no me hice ilusiones con él, no creí que el amor era así, tan... tan... no podía
ni dormir y me debilité más. Perdí cinco kilos.
Todo comenzó cuando con la Telma decidimos ir al Festival. Habíamos leído en el "Clarín" que el
Festival era allá arriba, en el barrio alto, por Los Dominicos, y la Telma estaba más
entusiasmada, y me dijo que podíamos arreglamos lo más bien con collares y que yo como era
alta y de piernas largas, me veía re bien de pantalones y que íbamos a pinchar algo y que
además estaba no sé qué cantante americano que la Telma se los conoce a todos, porque desde
que se compró la radio a pilas, no se pierde programa. Me dijo después que era por Piedra Roja,
y que ella sabía cómo llegar. Puras chivas de la Telma porque anduvimos más perdidas y
tomamos como tres micros y recién estábamos en el Canal San Carlos, y por suerte pasaron
unos chiquillos en un auto celeste y como nos vieron arregladas.

Palomita Blanca
Enrique Lafourcade
1.. Páginas
1era Edición, 1971
Editorial Zig Zag

Doce cuentos peregrinos


Estaba sentado en el escaño de madera bajo las ho-
jas amarillas del parque solitario, contemplando los cis-
nes polvorientos con las dos manos apoyadas en el pomo
de plata del bastón, y pensando en la muerte. Cuando
vino a Ginebra por primera vez el lago era sereno y
diáfano, y había gaviotas mansas que se acercaban a co-
mer en las manos, y mujeres de alquiler que parecían
fantasmas de las seis de la tarde, con volantes de organ-
dí y sombrillas de seda. Ahora la única mujer posible,
hasta donde alcanzaba la vista, era una vendedora de
flores en el muelle desierto. Le costaba creer que el tiempo
hubiera podido hacer semejantes estragos no sólo en su
vida sino también en el mundo...

Los doce son:
  • Buen viaje, señor presidente
  • La santa
  • El avión de la bella durmiente
  • Me alquilo para soñar
  • Sólo vine a hablar por teléfono
  • Espantos de agosto
  • María dos Prazeres
  • Diecisiete ingleses envenedados
  • Tramontana
  • El verano feliz de la señora Forbes
  • La luz es como el agua
  • El rastro de tu sangre en la nieve

Doce cuentos peregrinos
Gabriel García Márquez
232 Páginas
1era Edición, 1992
Mandadori

El caso Neruda


¿Qué inquietaba a los dueños de Almagro, Ruggiero & Asociados,
que lo invitaban a comparecer con tanta premura en sus oficinas?,
se preguntó Cayetano Brulé al dejar esa cálida mañana de febrero su
despacho del entretecho del edificio Turri, ubicado en pleno centro
financiero de Valparaíso, y bajar en el ascensor de jaula hasta la calle
Prat. Desde el retorno a la democracia AR&A se había convertido en
la consultora más influyente del país y se murmuraba que no existía
estipulación o licitación pública de envergadura que no se agenciara
gracias a su rúbrica. Sus tentáculos abarcaban desde el palacio presiden-
cial hasta las sedes neogóticas del los empresarios, y desde el Congreso
a la Contraloría General de la República, pasando por ministerios,
partidos políticos, embajadas y tribunales. Sus abogados podían con-
seguir leyes y decretos, subvenciones y condonaciones, exenciones y
amnistías, y también lavar deshonras y pulir el prestigio de personali-
dades de capa caída. AR&A actuaba desde los pasillos y las sombras, y
aunque sus máximos ejecutivos frecuentaban las recepciones y cenas
claves de la capital, sus propietarios eran practicamente invisibles, y en
contadas ocasiones asistían a reuniones sociales o concedían entrevistas
a periodistas.

El caso Neruda
Roberto Ampuero
330 Páginas
1era Edición, Septiembre 2008
Editorial Norma para La otra orilla

Santiago Cero


Tú no siempre fuiste tú. Tú no siempre habitaste una
isla. Tú fuiste una vez inocente. Lo eras antes de que
llegara aquella primera carta.
Fue un lunes, a mediados de mayo, durante el
último curso de la Carrera. Eran cinco o seis hojas
grandes, delgadas y traslúcidas, escritas a máquinas.
Venían en un sobre aéreo celeste, orillado de peque-
ños jets; el borde corto, junto a las estampillas, brus-
camente desgarrado.
Sebastián la leyó en voz alta en la mesa que pre-
sidía el afiche del Neuschwanstein, al fondo de la ca-
fetería. Se había sentado en tu antiguo puesto. Preci-
samente allí donde lo encontraste suplantándote jun-
to a Raquel y el resto del tus amigos, a comienzos del
curso, un par de meses antes.

Santiago Cero
Carlos Franz
168 Páginas
1era Edición, Noviembre 1997
Seix Barral

El roto


DETRAS DE LA ESTACIÓN
Central de ferrocarriles, llamada Alameda, por estar a la entrada de
esa avenida espaciosa que es orgullo de los santiaguinos, ha
surgido un barrio sórdido, sin apoyo municipal.
Sus calles se ven polvorientas en verano, cenagosas en invierno,
cubiertas de harapos, desperdicios de comida, chancletas ratas
podridas. Mujeres de vida airada rondan por las esquinas al caer la
tarde; temerosas, embozadas en sus mantos de color indeciso,
evitando el encuentro con policías... Son miserables busconas,
desgraciadas del último grado, que se hacen acompañar por obreros
astrosos al burdel chino de la calle Maipú al otro lado de la
Alameda. La mole gris de la Estación Central, grande y férrea
estructura, es el astro alrededor del cual ha crecido y se desarrolla
esa rumorosa barriada.
Algún trabajo costó llevar el riel a la capital cerrada en sus
murallas de granito, enemiga del mar. La influencia anglosajona.
patente en la costa, no llega a Santiago, baluarte colonial, clerical
y reaccionario, donde se conserva vivo el espíritu vanidoso y
retrógrado de los mandarines que en 1810 hicieron acto de
sumisión a Dios y al rey contra el gran Rozas. Un político
santiaguino se opuso al ferrocarril: “Ese sistema de locomoción
traerá la ruina de los propietarios de carretas”, deda en
memorables sesiones: al sapiente Bello llamó “miserable
aventurero” porque defendí a el riel. A pesar de la oposición
parlamentaria y los inconvenientes materiales, llegó la
locomotora a despertar la Alameda apacible y franciscana, con
sus acequias de pueblo. Los santiaguinos empezaron a
transformarse; los primeros que fueron a ver el mar llevaron a la
fonda colchones, frazadas y comestibles; en el tren iban
comunicativos y desordenados como en los paseos en carreta.
El que fue extrarradio desierto, triste en el día y peligroso en la
noche, con cruces y velas al borde de los caminos marcando el
sitio donde cayeron los asesinados, ha llegado a ser un barrio
hirviente, lleno del ruido de las máquinas, los motores, la gritería
de los pilluelos y vendedores ambulantes.

El roto
Joaquín Edwards Bello
174 Páginas
1era Edición, 1920
Editorial Universitaria

Cien Microcuentos Chilenos


FÁBULA
Un pastor se encuentra con un lobo.
- ¡Que hermosa dentadura tiene usted, señor lobo!-le dice.
- ¡Oh! - responde el lobo- mi dentadura no vale la gran cosa,
pues es una dentadura postiza.
- Confesión por confesión, entonces -dice el pastor-; si su
dentadura es postiza, yo puedo confesarle que no soy pastor:
soy oveja.

CORDERO DE DIOS
- ¿Por qué vas a matarme?¿No sabes acaso que soy el Cor-
dero de Dios que quita los pecados del mundo?
- Precisamente por eso.

CALIDAD Y CANTIDAD
No se enamoró de ella, sino de su sombra. La iba a visitar al
alba, cuando su amada era más larga.

VELORIO
-¿Quiero verlo?- ofreció el padre, al tanto de nuestra larga
amistad.
-No- les respondí- no me gusta ver el rostro de mis amigos
muertos.
La madre, la familia en pleno y los vecinos me observaron
como al verdadero asesino.

TOQUE DE QUEDA
-Quédate, le dije.
Y la toqué.

GOLPE
-Mamá, dijo el niño, ¿qué es un golpe?
-Algo que duele muchísimo y deja amoratado el lugar don-
de te dio.
El niño fue hasta la puerta de casa. Todo el país que le cupo
en la mirada tenía un tinte violáceo.

Cien microcuentos chilenos
Juan Armando Epple
136 Páginas
1era Edición, Junio 2002
Editorial Cuarto Propio

El inútil de la familia


Cuando Joaquín partió esa mañana de domingo al
Hipódromo Chile, calculo a fines de 1958 o a comienzos
de 1959, ya se le había olvidado, parece, el origen exacto de
su manía, de su pasión frenética por el juego. Lo que él si sa-
bía, supongo, es que venía de muy atrás y de muy lejos, qui-
zá de los patios del Liceo de Hombres de Valparaíso en los
primeros tiempos del parlamentarismo, el régimen que había
triunfado entre nosotros en la guerra civil de 1891. Pero lo
más probable es que el momento preciso, la primera apari-
ción, se le hubiese borrado de la memoria. Todo tendría que
ver, a lo mejor, con esos patios, con los gritos destemplados
de sus compañeros de curso, con el viento helado de los ce-
rros, que cortaba como un cuchillo, y también con la cara,
con el bigote de su padre (don Joaquín, el hermano mayor de
mi abuelo), cuando él, tú, de niño, en los comienzos de la
adolescencia, regresabas lleno de polvo, con las mangas de la
camisa rotas, con los pantalones bolsudos, al caserón frío del
Almendral, en el plano del puerto. Esa mañana en Santiago,
medio siglo, más de medio siglo más tarde, había niebla, flo-
taba encima de las casas del barrio bajo un aire sucio, húme-
do, y daba la impresión de que el vicio de tus años juveniles,
la pasión inexplicable, hubiera vuelto con toda su fuerza..."

Notable libro. De acá salté a leer a Joaquín Edwards Bello.

El inútil de la familia
Jorge Edwards
360 Páginas
1era Edición, Octubre 2004
Alfagura

viernes, 8 de octubre de 2010

Oficina de mujeres extraviadas











En su libro "No te cases con una mujer de pies grandes", ese monumen-
tal catastro de la mosoginia universal, la antropóloga literaria Mineke
Schipper reúne nada menos que quince mil proverbios escritos y ora-
les referidos a las mujeres y al modo como han sido percibidas por los
hombres de las más disímiles épocas y latitudes. La autora holandesa
demuestra allí, sin fisuras, algo que nosotros, los machos o machitos,
probablemente nunca hemos estado dispuestos a admitir: que ellas nos
inspiran temor. Sin ir más lejos, el propio título del libro - un refrán
distinguible en cualquier cultura, según la doctora señora Schipper- da
cuenta de eso con claridad: los mozos que aún se encuentran en edad
casadera no deben casarse con hembras que los superen en talento, en
altura, en inteligencia o incluso en la medida de los zapatos, pues tarde
o temprano acabarán con la cabeza aplastada bajo el peso implacable
de sus suelas.

Oficina de mujeres extraviadas
Alfonso Calderón
178 Páginas
1era Edición, Abril 2009
Ediciones Universidad Diego Portales

Los amantes de Estocolmo














Hace una semana murió la mujer de mi vecino y recién

ahora me entero de ello. Tanto me abruma esa noticia
que no dispongo de la calma necesaria para continuar es-
cribiendo este proyecto de novela. Es lamentable. La-
mentable y a la vez asombroso, por cuanto a mí no suele
conmoverme la muerte de nadie; menos, la de descono-
cidos. Yo jamás tuve al oportunidad de ver a María Elias-
son. Hoy, sin embargom desde su ausencia implacable, se
me torna lacerante y enigmática.

Nunca la vi, ya lo dije, y a su esposo apenas lo divisé en
una sola ocasión. Fue hace días, cerca de las dos de la tar-
de, cuando tras almorzar y beber una taza de té de arroz,
me puse a corregir el texto - como es mi costumbre -
junto a la ventana del estudio de esta pequeña casa de ma-
dera que alquilo con mi mujer frente al Báltico ahora con-
gelado. Mientras desde el primer piso llegaba tenue el Vals
triste, de Jan Sibelius, y afuera el sol resbalaba por entre
los abedules, Markus Eliasson y sus pequeños daban en su
jardín los toques finales a un hombre de nieve: dos gran-
des botones por ojos, una zanahoria gruesa y algo curva
por nariz, una larga bufanda negra atada al cuello. Más
tarde, cuando Markus y los niños ingresaron a su casa, el
monigote contemplaba ensimismado la estatua de Palas
Atenea que observa a su vez el frontis de la casa como a la
espera de algo.

Los amantes de Estocolmo
Roberto Ampuero
304 Páginas
1era Edición, Septiembre 2003
Planeta

Madre que estás en los cielos

Notable, conmovedor, un libro que no te suelta hasta que terminas de leer la última página.

Madre que estas en los cielos
Pablo Simonetti
412 Páginas
1era Edición, Abril 2000
TusQuets

sábado, 18 de septiembre de 2010

El sueño de la historia

Había vuelto después de más de nueve años, alrededor de diez, ahora no quería sacar la cuenta, y la impresión, aun- que se había preparado bien (eso creía, por lo menos), era mucho más fuerte de lo que se había imaginado, más difícil de tragar. Y más enredada. Cuando el avión empezó a cru- zar la cordillera tapada de nieve, con aristas filudas, dientes y espolones, crestas de polvillo blanco, se quedó mudo, y después, cuando bajaba sobre le territorio montañoso y él veía las primeras vacas, los pastizales desteñidos, los cober- tizos, los zanjones y las pozas del invierno, un camión des- tartalado, en miniatura, en medio de un vapor general, de una neblina vaga, sintió perplejidad, desazón, hasta una sensación de miedo. Era malo, se dijo, comenzar con miedo, y desde antes de tocar tierra, pero no había manera de evi- tarlo. Unos minutos más tarde, mientras el aparato carre- teaba por la losa del aeropuerto, cerca de galpones míseros, divisó caras torvas, mestizas, con los cascos hundidos en la frente, con las metralletas preparadas,y notó el silencio de los demás pasajeros, el de una pareja de ingleses, el de un funcionario de alguna parte, el de una familia española. Hasta los niños, asustados, habían dejado de hablar y de dar gritos y miraban con fijeza. Los soldados estaban desplega- dos por todas partes, alrededor de aviones anticuados, pan- zudos, con la pintura sucia, de containers olvidados en el suelo, en las gradas que conducían al recinto de la policía. Él entrego su pasaporte con un temblor enteramente ab- surdo, como si sus papeles fueran falsificados, el funcio- nario anotó varias cosas en el teclado de un computador. El artefacto, pesado y lento, apelaba, parecía, a una base de da- tos remota..

El sueño de la historia
Jorge Edwards
412 Páginas
1era Edición, Abril 2000
TusQuets

Almuerzo de vampiros

No nos habíamos visto en los últimos veinte años, o más. Vivo fuera de Chile y vengo a Santiago sólo para las vacaciones en el verano aus- tral. Pero fuimos compañeros de colegio, com- partimos esta ciudad- que ahora parece otra- y nos frecuentamos en los remotos años setenta del siglo pasado. Ahora nos acercamos a la cin- cuentena.

Quizás por eso, cuando hace poco nos
citamos para almorzar, hablamos mayormente del pasado, de lo que fue, de "nuestra época". Si, hay que reconocerlo: empleamos, sin advertirlo, esa expresión nostálgica, dulzona y adictiva que la gente llegada a la mediana edad empieza a usar para hablar de su primera ju- ventud. "En mi tiempo...", dicen (como si nin- gún otro tiempo, salvo el de la juventud, pu- diera pertenecerles). Y al decirlo pareciera que su tiempo ya hubiese pasado. Como si ya estu- vieran, un poco, muertos.





Almuerzo de vampiros
Carlos Franz
268 Páginas
1era Edición, Agosto 2007
Alfaguara

La lámpara de aladino

El veterano tenía hijos, hijas, nueras, yernos
erráticos como el viento de la estepa y una caterva im-
precisa de nietos desparramados por la inmensidad pa-
tagónica. A los ochenta y tantos años continuaba sien-
do el sostenedor de su prole, que se apegaba a él cuando
los vientos todavía más fríos del largo invierno austral
hacían sonar las tripas y el puchero se mostraba mez-
quino de carnes.

Además de años y familia tenía también un perro,
el Cachupín, un kiltro, es decir de los mapuches, cuyas
únicas habilidades eran la pereza y la manía de dormir
con un ojo abierto, siempre atento a los movimientos
del amo, pero cuando las vacas flacas se hacían pre-
sentes y el veterano, con el mate ya sin sabor pegado
a una mano, le ordebaba: "Cachupin, llegó la hora,
sacá a todos esos mierdas y después ponete fiero, en-
tonces el perro de desperezaba, estiraba las patas, ar-
queaba el lomo, sacudía las orejas, enroscaba el rabo
flaco y largo, y entraba a la cabaña entre ladridos y gru-
ñidos de ferocidad desacostumbrada.

La lámpara de aladino
Luis Sepúlveda
174 Páginas
1era Edición, Septiembre 2008
TusQuets Editores

domingo, 29 de agosto de 2010

Rebelión en la granja

El señor Jones, propietario de la Granja Ma-
nor, cerró por la noche los gallineros, pero estaba
demasiado borracho para recordar que había de-
jado abiertas las ventanillas. Con la luz de la lin-
terna danzando de un lado a otro cruzó el patio,
se quitó las botas ante la puerta trasera, sirvióse
una última copa de cerveza del barril que estaba
en la cocina y se fue derecho a la cama, donde ya
roncaba la señora Jones.
Apenas de hubo apagado la luz en el dormi-
rorio, empezó el alboroto en toda la granja. Du-
rante el día se corrió la voz de que el el Viejo Mayor,
el verraco premiado, había tenido un sueño ex-
traño la noche anterior y deseaba comunicárselo
a los demás animales. Habían acordado reunirse
todos en el granero principal cuando el señor Jo-
nes se retirara. El Viejo Mayor (así le llamaban
siempre, aunque fue presentado en la exposición
bajo el nombre de Willingdon Beauty) era tan al-
tamente estimado en la granja, que todos estaban
dispuestos a perder una hora de sueño para oir lo
que él tuviera que decirles.
Rebelión en la granja
George Orwell
178 Páginas
Titulo original: Animal Farm
Secker and Warburg, Londres 1945
Destino

Violeta se fue a los cielos

Un emocionante libro sobre la vida de Violeta Parra. En la voz de su hijo, Ángel, nos adentramos en la vida de una de las mujeres más influyentes de Chile. Recolectora incansable de la música folklórica chilena.

Violeta se fue a los cielos
Ángel Parra
188 Páginas
1era Edición, 2006
Catalonia






Domingo cinco de febrero de mil novecientos sesenta y siete.

14 horas. La detonación debe haberse escuchado desde lejos. O
tal vez no. La pistola era de bajo calibre. Drástico fin de todos
sus tormentos. Drástico. Como le gustaban las cosas a ella.

A través de ese pequeño orificio se le fue la vida. Y con ella,

los pájaros azules y rojos, dijo Atahualpa, mi viejo maestro; ya
no le cabían en el alma. Por ese pequeño orificio entró a la his-
toria. Como siempre, en el consabido cuento de que los artistas
deben morir para ser plenamente reconocidos.

Los vecinos preparaban el asado del domingo y seguro te-

nían dos o tres aperitivos en el cuerpo.

Tal vez el estampido, o como decía su hermano mayor, el

pistoletazo, debe haber sonado como una puerta que se cierra
con violencia. Prefiero la palabra estampido. Aquel sonido que
concidió con el entrechocar de las copas, no se oyó, felizmen-
te para ellos; estaban de fiesta, un cumpleaños, la graduación
del hijo, el intercambio de anillos de la hija mayor.

No me gusta la palabra pistoletazo, la palabra estampido

me hace pensar en llanuras repletas de caballos desbocados.

Lbertad total en el espacio, sin restricciones. Así me ima-

gino el suicidio, el acto mismo. Echar a galopar todos los caba-
llos frenados, retenidos, maneados. Potreros plenos de alfalfa
verde, cascos enterrándose en el barro blando por la humedad
del rocío, en galope desenfrenado. Caballos alados que, aho-
ra, flotando se llevan la preciosa carga para perderse entre las
nubes. Mientras aquí, en la tierra y su vulgaridad, un hilo de
sangre corre desde la sien de mi madre hasta tocar el piso, el
piso de tierra. De esta tierra que tanto amó y defendió con su
canto y guitarra. Obstinada y resuelta, hoy fundiéndose en
ella, por los siglos de los siglos. Realizando el milagro tan es-
perado. Tierra y sangre. Madre. Tierra. Hermanas de sangre
juntas, por fin. Hágase su voluntad.

Así lo decidió mi madre.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Como gotas de agua

- ¡Eh, viejo amigo!
La estentórea voz se alza por encima de las conver-
saciones de los clientes y devuelve a Anderson al pre-
sente. Es un bar acogedor, con multitud de estudiantes
de la universidad, pero Anderson está sentado solo.
Frente a él hay un vaso medio vacío, a pocos centíme-
tros de una servilleta de papel. Varias manchas de hu-
medad decoran el techo del local. Anderson ha estado
tratando de recordar la forma de conocer a la gente en
los bares, cómo trabar conversación con los descono-
cidos. Se alguna vez lo supo, ya lo ha olvidado.

Como gotas de agua
Scott Borg
573 Páginas
1era Edición Noviembre 1998
Grupo Zeta Ediciones

domingo, 8 de agosto de 2010

El lugar sin límites

Un mundo que es el infierno, donde se ponen al descubierto las falsas apariencias, la sordidez, la violencia y la miseria que lo agobia. Todo sucede alrededor del burdel de la Japonesita. Y de la Manuela, ese ambiguo y genial personaje, crisol de las pasiones y revelador de una falsa moral; cuestionador de la masculinidad y sus valores.













"La Manuela despegó con dificultad sus ojos laga-
ñosos, se estiró apenas y volcándose hacia el lado
opuesto de donde dormía la Japonesita, alargó la ma-
no para tomar el reloj. Cinco para las diez. Misa de
once. Las lagañas latigudas volvieron a sellar sus pár-
pados en cuanto puso el reloj sobre el cajón junto a la
cama. Por lo menos media hora antes que su hija le pi-
diera el desayuno. Frotó la lengua contra su encía des-
poblada: como aserrín caliente y la respiración de hue-
vo podrido. Por tomar tanto chacolí para apuntar a los
hombres y cerrar temprano. Dio un respiro - ¡cla-
ro!-, abrió los ojos y se sentó en la cama: Pancho Ve-
ga andaba en el pueblo. Se cubrió los hombros con el
chal rosado revuelto a los pies del lado donde dormía
su hija. Sí. Anoche le vinieron con ese cuento. Que
tuviera cuidado porque su camión andaba por ahí, su
camión ñato, colorado, con doble llanta de las ruedas
traseras. Al principio la Manuela no creyó nada por-
que sabía que gracias a Dios Pancho Vega tenía otra
querencia ahora, por el rumbo de Pelarco, donde esta-
ba haciendo unos fletes de orujo muy buenos. Pero al
poco rato, cuando había casi olvidado lo que le dije-
ron del camión, oyó la bocina en la otra calle frente al
correo. Casi cinco minutos seguidos estaría tocando,
ronca e insistente, como para volver loca a cualquiera.
Así le dada por tocar cuando estaba borracho. El idio-
ta creía que era chistoso. Entonces la Manuela le fue a
decir a su hija que mejor cerraran temprano, para qué
exponerse, tenía miedo que pasara lo de la otra vez.La
Japonesita advirtió a las chiquillas que se arreglaran
pronto a los clientes o que los despacharan: que se
acordaran del año pasado, cuando Pancho Vega andu-
vo en el pueblo para la vendimia y se presentó en su
casa con una pandilla de amigotes prepotentes y llenos
de vino - capaz que hasta hubiera corrido sangre si en
eso no llega don Alejandro Cruz que los obligó a por-
tarse en forma comedida y como se aburrieron, se fue-
ron. Pero decían que después Pancho Vega andaba fu-
rioso por ahí jurando:
- A las dos me las voy a montar bien montadas, a
la Japonesita y al maricón del papá..."

El lugar sin límites
José Donoso
134 Páginas
Publicado por primera vez en 1966
1era Edición Noviembre 1995
Alfaguara

domingo, 1 de agosto de 2010

La Huachita

En el prólogo a los 13 cuentos que componen La Huachita, José Miguel Varas precisa que la costumbre de indicar la fecha de escritura al final de cada historia se debe a un consejo que le dio su padre literario. Acto seguido, el autor agrega que esto le ha significado sufrir las pullas de un antiguo condiscípulo, quien le enrostra, machaconamente, que tras la datación se esconde un acto de vanidad risible, pues presupone que en el futuro alguien clasificará con todo detalle la obra de Varas. "No había pensado en eso", concluye Varas con humor pétreo.

"Caminando un día, como todos los días, por estas calles
tierrosas de Calama, me topo con algo que parece un
animalito muerto. Es un sector apartado, una especie de
peladero adonde llegan los mineros a botar esos mansos autos
yanquis que los enloquecen cuando se echan a perder, cuando
pasan de moda o, a lo mejor, cuando se les acaba la bencina.
Entremedio de esos armatostes de lata tapizados de tierra veo
en el suelo, al lado de un cierre de concreto, un cuerpecito
oscuro, ¿un gato o un perrito muerto?, acurrucado en posición
fetal, con las patas encima de la cabeza, tapando los ojos y las
orejas, la postura del que no quiere saber, ver ni oír más de este
mundo. Me agacho, lo recojo y veo que es una perrita mora,
muy fina ella, con su cabecita triangular y a los dos lados unos
ojos enormes, cerrados. Vive, está tibia, el corazón le late, los
ojos le palpitan detrás de los párpados, como si quisiera abrirlos
y no se atreviera. La acurruco contra el pecho y deja escapar un
quejido muy débil. Me doy cuenta de que está maltratada, sangra
de un desgarrón de la oreja derecha. Levanto la vista y veo que
estoy a pocos pasos de la casa de la tía Aurelia. No podía tener
mejor destino. Es como para creer que alguién dirige las cosas
que deben pasar. A veces lo creo. Raras veces..."


La Huachita
José Miguel Varas
166 Páginas
1era Edición 2009
LOM Ediciones

sábado, 17 de julio de 2010

Chesil Beach

Tienen poco más de veinte años y se conocieron en una manifestación en contra de las armas nucleares. Florence es una chica de clase media alta. Edward, en cambio, pertenece a una familia que vive en la zona baja de la clase media. Ambos son inocentes, y vírgenes, y tras un largo cortejo se han casado. Es un día de julio de 1962, y el tsunami de la revolución sexual no ha llegado a Inglaterra. Edward y Florence van a pasar su noche de bodas en un hotel junto a Chesil Beach. Y lo que sucede esa noche es la materia con que McEwan construye su chejoviano, terrible mapa de una relación, del amor, del sexo, y también de una época, y de sus discursos y sus silencios.

"Eran jóvenes, instruidos y vírgenes aquella no-

che, la de su boda, y vivían en un tiempo en que la
conversación sobre las dificultades sexuales era clara-
mente imposible. Pero nunca fue fácil. Acababan de
sentarse a cenar en una sala diminuta en el primer
piso de una posada georgiana. En la habitación con-
tigua, visible a través de la puerta abierta, había una
cama de cuatro columnas, bastante estrecha, cuyo
cobertor era de un blanco inmaculado y de una ter-
sura asombrosa, como alisado por una mano no hu-
mana. Edward no mencionó que nunca había esta-
do en un hotel, mientras que Florence, después de
muchos viajes de niña con su padre, era ya una ve-
terana. Superficialmente estaban muy animados. Su
boda, en St. Mary, Oxford, había salido bien; la ce-
remonia fue decorosa, de recepción alegre, estentó-
rea y reconfortante la despedida de los amigos del
colegio y de la facultad..."


Chesil Beach
Ian McEwan
187 Páginas
1era Edición Febrero 2008
Editorial Anagrama

domingo, 11 de julio de 2010

El desierto

"Lo primero que Laura reconoció, al adentrarse en la vasta llanura desértica que rodeaba al oasis de Pampa Hundida, fue el horizonte de aire líquido. La muralla del espejismo temblaba en el horizonte del desierto, atravesando la autopista: una catarata de aire hirviente manando del cielo quemado por el reflejo de los salares, cayendo sobre el lecho del mar que se había ausentado un millón de años antes. Por un instante, tras ese muro de calor que palpitaba como un cristal recién fraguado, Laura creyó ver enor- mes rostros, siluetas humanas gigantescas, bocas distorsionadas, que gritaban en su dirección, que apelaban a ella, pidiéndole o enrostrándole algo inaudible, el dolor de una deserción tan larga como el millón de años transcurrido desde que el mar se evaporó de esas pampas. Era como si el propio paredón del horizonte líquido le aullará..."

Por eso es que yo lo llamaba y le preguntaba. Pero no le preguntaba “Oiga, ¿le pegó o azotó a alguien?”. Si era problema de él pues. Él me habría dicho que no, aunque les hubiera pegado. Hay que entender lo que es un servicio de inteligencia. La persona que tiene a cargo un servicio de inteligencia toma las medidas que considera necesarias y responde al Presidente de la información que entrega. Bueno, Contreras dice que yo tomaba desayuno con él a veces...Claro que tomaba desayuno con él, para que me contara lo que estaba pasando. Yo no le preguntaba: “Oye, ¿A quién matarás?.
Augusto Pinochet

El texto “El Desierto” de Carlos Franz, se configura de dos partes que se van hilando a través del relato. Una parte se sitúa en un pueblo llamado “Pampa Hundida” donde se celebra una fiesta pagana en honor a una virgen. La historia relata cómo en estos días de fiesta, un personaje que habitaba hace muchos años esos lugares, decide regresar a rearmar su historia, que a través del paso de los días, va desvelando al lector, la historia de un pueblo, como muchos otros, testigo de un campo de concentración en las afueras del mismo.
La segunda parte, es el relato en forma de carta de este personaje, que es una exiliada llamada Laura, intentando explicarle a su hija, porqué guardó silencio durante años de lo vivido en Chile, específicamente desde el inicio de la dictadura militar en 1973.
El texto posee una fuerza narrativa, que pareciera que el lector realmente fuera de a poco penetrando, internándose y formando parte de aquella historia que se relata. Y es que, de uno u otro modo, esta historia nos contiene a todos Y no lo digo sólo desde mi posición particular de chilena, hija de exiliados, y lectora local, sino que creo observar en el relato la posibilidad de esta obra, de ser extemporánea y perteneciente a todos los que han vivido la transformaciones circulares de la historia, es decir, la guerra y la paz, la historia del hombre que se escribe o se inscribe por el juego entre revolución y reacción, en constantes giros que se repiten pero que se diferencian en pequeños detalles que significan sólo por el flujo asimétrico que posee el paso del tiempo.
El libro posee varias lecturas que van jugando paralelamente con la historia central, lecturas que son complementos absolutamente necesarios para entender el eje central de la misma, pero que pueden a la vez, jugar como cuentos solitarios, debido al poder de lo que hablan esas historias.
Especulo que dos escenarios fueron necesarios para que Carlos Franz mirara la historia de Chile de los últimos treinta años, el primero, un pueblo en el desierto chileno, reflejo espectral de lo que es el Chile Contemporáneo, con la concentración del poder en pocas manos consensuadas en guardar silencio en pro de su beneficio personal, y un pueblo sometido al movimiento de la marea que el poder indique, elementos, que conjugados, dan vida a una cantidad de historias de marginación, tortura, disciplinamiento, carnaval, silencio, pasión y poder.
El segundo escenario, es Berlín, Europa, Occidente, donde un individuo escribe a través de cartas, toda la violencia que la historia traspasó a través de su cuerpo, todo el desgarramiento que implica llevar la “procesión” de acontecimientos.
Sociedad e individuo, intercalándose para dar cuenta poco a poco de la articulación de un pasado reciente, de un pedazo de tierra y su gente. Son estas dos miradas revueltas, que son, a mi parecer, reflejo de la posición y distancia que tiene el autor con el texto. Franz logró, sea esto premeditado o no, situarse desde el lugar que ocupa en la vida y extrapolarlo al texto, mezclando un escenario lejano, escondido en un recóndito lugar de Chile, el cual se escribe en forma impersonal y distanciada, y otro escenario europeo donde el autor se pone como personaje travestido, escribiendo en un formato intimista como es la carta. Un juego dialéctico entre sociedad e individuo hecho en el texto, para dar vida a la historia social de un pueblo.
El desierto
Carlos Franz
476 Páginas
1era Edición Abril 2005
Editorial Sudamericana

lunes, 28 de junio de 2010

El huracán lleva tu nombre

"Me voy a la cama contigo.
Esto es lo primero que pienso cuando la veo entre la pe-
numbra y el humo de la discoteca. Es una mujer muy bella,
más joven que yo, de ojos chispeantes y nariz angulosa. Me
gusta como nadie me ha gustado nunca. Me aburro en una
esquina de la barra tomando una coca-cola. Me acompaña
Sebastián, mi amigo y, secretamente, mi amante. Sebastián
es actor de telenovelas y obras de teatro; a mí me conocen
por mi programa de televisión. A Sebastián le gusta bailar
y por eso ha insistido en traerme esta noche al Nirvana, don-
de se reúne la gente bonita y confundida de la ciudad, los
los que quieren irse del país pero no pueden y los que se fueron
pero regresaron, las chicas rebeldes y los cacainómanos, los
actores de pacotilla y los músicos fracasados, los tontos como
yo, que no bailamos porque no tenemos suficiente coraje (ya
bastante tengo que hacer el ridículo en la televisión), pero sí
disfrutamos exhibiéndonos en ese enjambre de cuerpos ha-
cinados que las luces de neón iluminan al azar. Yo no quiero
bailar, sólo mirar a Sebastián, alto y orgulloso, apretado en
sus jeans de actor que sueña con ser roquero famoso, lindo
con su cara de niño bueno que, sin embargo, es un depreda-
dor en la cama y yo lo sé bien, y por eso no puedo dejar de
mirarlo, porque es el primer hombre que me ha hecho el
amor con una ferocidad que no puedo olvidar y que me hace
desearlo tan descaradamente como lo miro esta noche tu-
multosa en la barra del Nirvana...

Gabriel ama a Sofía pero también le gustan los hombres. Gabriel tiene mucho éxito en televisión, pero lo que ansía de verdad es huir del Perú y dedicarse sólo a escribir, lejos de la ambigüedad y de la hipocresía que lo envuelven y lo limitan.

El huracán lleva tu nombre es una singular historia de amor, dolorosa y gozosa a la vez, con una heroína, Sofía, que fascina por su capacidad de amar, y con un original antihéroe, el narrador, Gabriel, que expone al lector su conflicto a través de una sinceridad a veces hilarante y a veces conmovedora. Una novela que no va a dejar a nadie indifirente.

El huracán lleva tu nombre
Jaime Bayly
464 Páginas
1era Edición Enero 2004
Planeta

miércoles, 23 de junio de 2010

La prisionera

"Soñaba con una hoguera. Un fuego amable que no quemaba. Se podría entrar en él y salir indemne. Más que eso, sanado. Sus ro- pas ardían pero su piel parecía intacta, delicio- samente fresca y nueva..."Papito". Alguien lo llamaba desde muy lejos, desde una región tan antigua de su alma que ya la había dado por in- existente, como esa piel del sueño. No había de qué preocuparse, le diría a la niña con la que soñaba. Que lo dejara dormir; éste era el buen fuego, el que curaba."

La prisionera
Carlos Franz
172 Páginas
1era Edición Agosto 2008
Alfaguara

Momo

Momo es una niña huérfana, que vive en un anfiteatro. Pero aun siendo huérfana, tiene muchos amigos y nunca se siente sola. Todos los días sus amigos vienen a verla, a traerla comida y a hablar con ella. Vienen a hablar con ella por una sencilla razón: Momo sabe escuchar, sabe decir lo que piensa sin decir una sola palabra.

Cada día, Momo juega con sus amigos, cada día inventan nuevos juegos, cada día, es distinto. Y lo mejor de todo es que no se aburren. Y en caso de que pueda existir una sola gota de aburrimiento, Gigi – uno de los dos mejores amigos de Momo – se inventa una de sus fantásticas historias. Como Gigi nunca repite una de sus historias, siempre crea un gran revuelo y es escuchado atentamente por todos los oyentes.

Todo iba bien en la vida de Momo y sus amigos, hasta que desafortunadamente, aparecieron los hombres grises. Estos extraños personajes, iban vestidos con un traje gris, un bombín gris y en su boca siempre había un cigarro gris. Los hombres grises iban por la calle sin llamar la atención, buscando sus víctimas. Su objetivo era robar el tiempo a todas las personas que pudieran, almacenando ese tiempo para ellos. Los hombres afectados por el plan de los hombres grises, querían gastar el menor tiempo posible y ahorrar el mayor tiempo. Cuanto más tiempo ahorraban, más tiempo necesitaban para seguir ahorrando, de manera que se crea un círculo vicioso.

"En los viejos, viejos tiempos, cuando los hombres
hablaban todavía muchas otras lenguas, ya había en los
países ciudades grandes y suntuosas. Se alzaban allí los
palacios de reyes y emperadores, había en ellas calles
anchas, callejas estrechas y callejuelas intrincadas, magní-
ficos templos con estatuas de oro y mármol dedicadas a
los dioses: había mercados multicolores, donde se ofrecían
mercaderías de todos los países, y plazas amplias, donde
la gente se reunía para comentar las novedades y hacer
o escuchar discursos. Sobre todo, había allí grandes
teatros. Tenían el aspecto de nuestros circos actuales, sólo
que estaban hechos totalmente de sillares de piedra. Las
filas de asientos para los espectadores estaban escalonadas
como en un gran embudo. Vistos desde arriba, algunos
de estos edificios eran totalmente redondos, otros más
avalados y algunos hacían un ancho semicírculo. Se les
llamaba anfiteatros."


Momo
Michael Ende
255 Páginas
1era Edición Octubre 1992
Alfaguara

sábado, 5 de junio de 2010

Yde repente, un ángel

"Soy un cerdo. Mi casa está inmunda. No la limpio hace
meses. Nadie viene a limpiarla. No me gusta que entre
gente extraña. En realidad, no me gusta que entre na-
die, salvo Andrea..."

Segundo libro que leo de Jaime Bayly y quedé fascinado. Un relato simple, directo, conmovedor.

Julián Beltrán es un escritor que nunca limpia su casa. Cuando Andrea, su novia, le exige que lo haga, él decide contratar a una mucama. Y la llegada de Mercedes, una criada envejecida y fiel, va a despertar la ternura y el instinto de protección del hombre. Ella le cuenta como fue vendida a los diez años por una madre cargada de hijos a los que no podía mantener, y entonces el escritor siente la necesidad de ayudar a Mercedes a encontrar a su madre. Pero la búsqueda estará llena de azares y de episodios cómicos, a la vez que dejará al descubierto al auténtico y frágil Julián, distanciado también de su padre, aunque por motivos bien diferentes pero a los que se deberá enfrentar. Esta historia de una amistad improbable y de reencuentros familiares constituye el relato más brillante de Jaime Bayly, que nos cautiva desde el primer momento por su insólita habilidad para ir de lo grave a lo hilarante.

Y de repente, un ángel
Jaime Bayly
244 Páginas
1era Edición Noviembre 2005
Planeta

domingo, 30 de mayo de 2010

Yo amo a mi mami

"Cuando yo era un niño, el mundo me sonreía, y esa sonrisa tenía un nombre, el de mi mama Eva, la mujer encargada de cui- darme. No era bonita, tenía cara de caballo, pero yo la adoraba. La quijada prominente, el pelo negro larguísimo, los ojos saltones y los dientes de conejo: así era, cuando me sonreía, es decir siem- pre, mi mama Eva. Yo, que nunca le decía Eva, pues sólo le decía mama, la quería a mares, creo que a veces incluso más que a mi mami. Mi mama Eva era como mi mami suplente, mi mami de mentira. Era una mamá tierna, complaciente, que no me exigía nada y me perdonaba todo..."

Ésta es la historia de Jimmy, un niño que ama a su madre. Sensible y solitario, dotado de una singular capacidad de observación, Jimmy vive con sus padres en una mansión en las afueras de Lima, estudia en el colegio inglés más exclusivo de la ciudad, adora a su hermana mayor, cuya belleza ejerce sobre él una extraña fascinación, y sueña con ir a Disney en las vacaciones, promesa que le ha hecho su padre, un banquero poderoso, y, cuando sea mayor y pueda casarse con Annie, la elusiva niña que enciende sus primeras fantasías, jugar a fútbol en el F.C. Barcelona, el club de sus amores. Su madre, la señora más regia de Lima, distinguida y ausente como Jackie O, apenas tiene tiempo para complacerlo, pero Jimmy recibe en cambio los mimos, desvelos, halagos y cariño de la legión de empleados que tiene a su servicio: la cocinera, el chófer, el ama de llaves, el jardinero, el mayordomo, entrañables personajes con los que, al descubrir un mundo hecho de ilusiones rotas y amores desbordados, va perdiendo la inocencia, y a quienes termina queriendo como a su propia familia. "Yo amo a mi mami" es la confirmación de que Jaime Bayly ha alcanzado una sorprendente madurez como escritor. Con esta novela tierna y conmovedora, que evoca los días perdidos de su infancia, Bayly despliega toda su admirable destreza narrativa, brilla con ese raro don de intensidad reservado a los grandes novelistas y confirma, sin lugar a dudas, que se ha erigido en una de las voces más originales y poderosas de la nueva literatura hispanoamericana.

Yo amo a mi mami
Jaime Bayly
408 Páginas
1era Edición Marzo 1999
Anagrama

domingo, 23 de mayo de 2010

Albert Einstein: Navegante Solitario

"Yo hacía lo que me dictaba mi propia naturaleza. A. Einstein.
Una Pregunta Origina

- A VER: vamos a verlo con más cuidado- se decia el
joven pensativo-. Supongamos que puedo correr tan
rápido como se me antojara. Supongamos que corro tan
rápido, que la encender mi lámpara sorda me muevo
junto con la luz que de ella sale, exactamente a su veloci-
dad. Luz y yo viajamos juntos. ¿Qué es lo que veo?¿Cómo
se le la luz cuando viaja uno junto a ella?"

Luis de la Peña habla aquí de Einstein, de su obra, de su tiempo, y explica con claridad las aportaciones del sabio al mundo de la física. Esta investigación está dirigida a aquellas personas que por sus ocupaciones no han tenido oportunidad de asomarse al campo de la física pero están interesadas en ella.
Es un libro sencillo, sobre una de las personalidades más grandes que ha dado la humanidad, que tiene como intención ayudar a entender un poco de lo que hizo este gran hombre sin exigir que se lean páginas y más páginas de física.
La vida de Einstein fue muy rica y se dio en una época llena de acontecimientos históricos: aun sin proponérselo, su inmensa fama lo vinculaba con todo lo que pasaba a su alrededor. En el curso de su vida —y en buena parte debido a su obra— la física se transformó radicalmente —sería legítimo hablar de una física preeinsteiniana y de una física posteinsteiniana— antes de cumplir 30 años había ya hecho descubrimientos y propuesto teorías sorprendentes y revolucionarias que van mucho más allá de la teoría de la relatividad que es indudablemente la más famosa de sus aportaciones. Este hombre, cubierto de gloria en vida como ningún otro científico jamás lo ha sido, se supo mantener sencillo, modesto y solitario y, sin ser un revolucionario en el sentido social del término, usó su fama y u prestigio para luchar contra la tiranía, la injusticia y la explotación, contra el militarismo y el armamentismo y por la cooperación internacional y los derechos del pueblo judío.

Albert Einstein: Navegante Solitario
Luis de La Peña
119 Páginas
1era Edición 1987
La Ciencia para Todos

miércoles, 19 de mayo de 2010

Chinoy y su tributo a las víctimas del terremoto del 27 de Febrero



Sábado Quince de Mayo del dosmil diez. Cuarenta minutos antes de dar comienzo al concierto, la sala estaba agotada. Un teatro Normandie repleto. El escenario ideal. Sus PERseguidores una vez más se hacian presentes en masa y dispuestos a saborear hasta el último acorde de la jornada.

Una vez más Chinoy venia custodiado por Los niños preferidos del ruido, asi los llama él, a sus hermanos de vida: Kaskivano, Angelo Escobar, Carlos Borquez; a quienes se suma Demian Rodríguez y Gopa. Otro que vino a colocar la cuota de virtuosismo fue Nano Stern, quién logró que Chinoy cantara una estrofa de su canción Amanecer.
En definitiva, un viaje perfecto, con treinta seis estaciones que sólo podría ser dirigido por Chinoy.

En lo personal, el momento más emotivo tuvo relación con la interpretación de la canción que Chinoy creó como tributo a las víctimas del terremoto del 27 de Febrero, sin duda un tema que cala los huesos y no nos deja indiferentes ante la muerte.

Terremoto
Cuando la muerte llegó bailando a temblores
y nos vimos solos buscando las precauciones
salimos a prisa pero nos llegó el momento
de pasar y pasar por que sí y que nos lleve el viento.

Se apagó la luz sonaron los corazones
y la mar entró después de los tiritones
no nos dieron misa partimos al firmamento
a brillar y brillar por qué no hasta el fin de los tiempos.

En tierra quedaron las normales maldiciones
unos en la nada y otros hablando a montones
todo va de prisa pero los dolores lentos
seguirá la brisa rasguñando los pavimentos.

Se cayó la cruz se apagaron las pasiones
y la ola veloz que arruinó las vacaciones
no nos dio la cara me fui con el sentimiento
de vagar y vagar hacia el sol a millas de mi pueblo.

Floto el ataúd en el agua sin colores
y corrimos locos por la playa de canciones
se escucharon gritos pero me alcanzo el silencio
viendo al paraíso arrastrarme de este mojado infierno.

En tierra quedaron las normales maldiciones
la escoba barriendo todas las explicaciones
de porque un golpe nos bañaron los lamentos
seguirá la brisa rasguñando los pavimentos.

Me faltaste tú en los últimos calores
y los edificios no digo que constructores
aplastaron dicha nos faltaron el respeto
pero vi la luz de la fuga tras un rayo secreto.

Para hacer menú e irme de buenas acciones
recordar el lujo de tantos graves errores
no morí de risa deje un rasguño violento
en un trozo de algo sin vida tras un día contento.

En tierra quedaron las hermanas maldiciones
políticos flojos y empresarios predadores
todo se hace triza con los malos pensamientos
seguirá la brisa rasguñando los pavimentos.

Si fijan la vista afuera de los controles
de tráficos locos y de flacas decepciones
verán que en la ruina hay un camino diciendo
seguirá la brisa rasguñando los pavimentos.

Privilegiados quienes estuvimos ahí, afortunados a aquellos que lo verán por youtube.

Bella cosa mortal

"LA EMPLEADA ME INDICA EL QUITASOL debajo del cual está tendida. Voy hacia ella tratando de caminar en forma ceremoniosa por la arena, lo que no es nada fácil. La verdad es que no tengo ganas de arrastrarme. No deja de ser curioso que haya venido a llorar aquí precisamente, aunque una playa desierta sea un buen lugar para quejarse. Se sacude sobre la toalla, con el pelo cubierto por un pañuelo con manchas de tigre, tostada hasta lo perjudicial. Al sentir mis pasos levanta la cara congestionada y veo lo que ha cambiado en estos pocos años, quizás a causa de este dolor violento. La muchacha que lo tenía todo. Bueno, casi todo..."

La juventud y la belleza del cuerpo de un muchacho, Danny-o, se transforman aquí en el motor que impulsa a la historia hacia un final inevitable. el amor, el deseo y las formas de la trascendencia se confunden, detrás de ese tema clásico, en una trama donde la tensión de los personajes (construidos con una maestría notable) parece armar un listado de maneras posibles de encontrar la felicidad.

Bella cosa mortal
Alejandro Sieveking
226 Páginas
1era Edición Septiembre 2008
RIL Editores

domingo, 2 de mayo de 2010

El Kabaret de la Última Esperanza

- Ay, madre, el encierro no es nada, la verdadera tortura es escuchar estas discusiones sin destino-, mis amigos estaban tan entusiasmados que no le dieron ni bola a mi reflexión, el viejo Tito continuó:
- Los científicos no tiene idea de nada, que sean ellos que lo digan a mí no me va a hacer cambiar de idea, si yo digo que son tres, son tres.
- Viejo - le decía Juan tratando de convencerlo- los científicos han estudiado para saber...

Una de las numerosas obras de Castro y el teatro Aleph en el exilio en París, se transforma en una novela llena de humor y sabiduría popular y, aunque situada en el desierto chileno, podría acontecer en cualquier país latinoamericano el día en que pasa el cometa Halley.

La verdadera historia de El Kabaret de la Última Esperanza
Oscar Cuervo Castro
164 Páginas
1era Edición Octubre 1997
LOM Ediciones

Los hombres que no amaban a las mujeres

Se había convertido en un acontecimiento anual. Hoy el
destinatario de la flor cumplía ochenta y dos años. Al llegar
el paquete, lo abrió y le quitó el papel de regalo. Acto
seguido, cogió el teléfono y marcó el número de un ex comisario
de la policía criminal que, tras jubilarse, se había
ido a vivir a orillas del lago Siljan. Los dos hombres no
sólo tenían la misma edad, sino que habían nacido el
mismo día, lo cual, teniendo en cuenta las circunstancias,
sólo podía considerarse una ironía. El comisario, que sabía
que la llamada se produciría tras el reparto del correo,
hacia las once de la mañana, esperaba tomándose
un café. Ese año el teléfono sonó a las diez y media. Lo
cogió y dijo «hola» sin más.

... ¿Qué le sucedió a Harriet?
Harriet Vanger desapareció hace 36 años durante un carnaval de verano en la isla sueca Hedeby, propiedad prácticamente exclusiva de la poderosa familia Vanger. A pesar del despliegue policial, no se encontró rastro de la muchacha de 16 años. ¿Se escapó? ¿Fue secuestrada? ¿Asesinada? Nadie lo sabe: el caso está cerrado, los detalles olvidados.
Pero hay quien sigue recordando a Harriet, su tío Henrik Vanger, un empresario retirado, ya en el final de su vida y que vive obsesionado con resolver el misterio antes de morir.
En las paredes de su estudio cuelgan 43 flores secas y enmarcadas. Las primeras 7 fueron regalos de su sobrina. Las otras llegaron puntualmente para su cumpleaños, de forma anónima, desde que Harriet desapareció.
Vanger contrata a Mikael Blomkvist, periodista de investigación y alma de la revista Millennium, una publicación dedicada a sacar a la luz los trapos sucios del mundo de la política y las finanzas. Mikael no está pasando un buen momento: está vigilado y encausado por una querella por difamación y calumnia. Detrás de la querella está un gran grupo industrial que amenaza con derrumbar su carrera y destruir su reputación. Así que acepta el extraño encargo de Vanger de retomar la investigación de la desaparición de su sobrina e intentar tirar de algún cabo suelto.
Un trabajo complicado para el que recibe el regalo inesperado de la ayuda de Lisbeth Salander, una investigadora privada nada usual, incontrolable, socialmente inadaptada, tatuada y llena de piercings, y con extraordinarias e insólitas cualidades como su memoria fotográfica y su destreza informática.
Así empieza una novela que es la crónica de la guerra interna de una familia, un fresco fascinante del crimen y del castigo, de perversiones sexuales, de trampas financieras, un entramado violento y amenazante entre el que sin embargo crece una tierna y frágil historia de amor. Una historia de amor entre la que será la pareja más memorable de la literatura criminal.
Los hombres que no amaban a las mujeres
Stieg Larsson
672 Páginas
1era Edición Junio 2008
Destino